El enamoramiento, los obstáculos al desarrollo de ese sentimiento único, la intensidad de las emociones que suscita y que las dificultades agudizan. Los finales desgraciados por la incomprensión de la sociedad, por el azar, por el destino, la enfermedad o la muerte. El sufrimiento contenido que su frustración provoca. La interiorización del dolor, las emociones escondidas… todo esto nos lo ha contado muchas veces el cine, a veces con tal arte que consigue conmovernos profundamente.
Celia Johnson y Trevor Howard en Breve encuentro (Brief Encounter, 1945) |
Y todos ellos son elementos que conforman el cine romántico. No es que necesariamente las historias románticas tengan que tener un final infeliz, pero parecen ganar emoción con tristes desenlaces. Y de hecho casi todas las que nos vienen a la mente participan de alguna manera de un componente de desdicha: Carta a una desconocida (Letter from an Unknown Woman, Max Ophuls 1948), Senso, (Visconti, 1954), Los amantes de Montparnasse (Les Amants de Montparnasse, Jacques Becker, 1958), La hija de Ryan (Ryan´s Daugther, David Lean, 1970), Diario íntimo de Adele H. (L’Histoire de Adele H., Truffaut, 1975), El amor de Swann (Un amour de Swann, Schlöndorff, 1980), Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, Clint Eastwood, 1995)… todas ellas son crónicas de una frustración, de un amor a vivir en secreto o al que renunciar porque algo más fuerte que uno mismo impide su realización. La culpa, la mentira, o simplemente que la vida arrastra al individuo por senderos indeseados son factores que pueden salpicar a estas historias.
Con frecuencia
nos muestran al personaje enamorado a solas con sus sentimientos aunque la vida
bulla a su alrededor, aislado de todo lo que le acompaña y que él percibe sólo
como ruido. A menudo nos hace partícipes de sus emociones con monólogos
silenciosos, donde una voz en off nos desvela lo que a nadie confiesa el
personaje, su sentir más recóndito, su lucha interior…
Eso hacen por
ejemplo, cada una a su manera, Breve
encuentro (Brief encounter, 1945)
y La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993).
Breve encuentro es película inglesa de la postguerra. Su director, David Lean, se sitúa en la cúspide de la filmografía británica y cuenta en su haber con numerosas realizaciones excelentes (Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, Locuras de verano...). Ésta es una de ellas, una de las primeras que llevó a cabo.
Una historia delicada y conmovedora, ambientada en un entorno provinciano y floreciendo en momentos en que las convenciones sociales pesan considerablemente sobre el individuo. Una ciudad entre tantas de Gran Bretaña cuando la segunda guerra mundial acaba de terminar. Dos personas cualesquiera de la clase media, con sus vidas rutinarias y tranquilas, que se encuentran y contra todo pronóstico se enamoran. Ambas están casadas y quieren a sus parejas, así que su discurrir cotidiano se ve de golpe seriamente amenazado por este sentimiento que se va apoderando de ellas. Adaptación de una obra de Noel Coward, acertadamente mecida por el concierto nº 2 de Rachmaninoff y contada con la elegancia y contención que David Lean dominaba, Breve encuentro es una pequeña joya del cine intimista.
Un
romance prohibido, la culpa por esa doble vida, la añoranza de lo que podría
haber sido y ni es ni será… todo esto que el personaje femenino desgrana en
pensamientos sólo ante los espectadores y que el mundo externo que rodea a los
amantes, sutilmente recreado en sus más ínfimos detalles, parece esconder o al
menos ignorar, subraya el drama que se desarrolla calladamente ante nuestros
ojos.
La
película tuvo dos remakes, uno en 1974 por Alan Bridges, con Sofia Loren y
Richard Burton, y otro 1984 por Ulu Grosbard, con Robert de Niro y Meryl Streep
encarnando a la pareja. Y fue también realizada como ópera en 2009 por André
Previn para la Houston Grand Opera. Pero es esta primera versión de David Lean
la que llega más profundamente al corazón.
La edad de la inocencia (The Age of Innocence, Scorsese, 1993) |
Por su
parte La edad de la inocencia es una
adaptación que Martin Scorsese lleva a cabo de la novela homónima publicada por
Edith Wharton en 1920. La realizó en 1993, cuando son ya mundialmente conocidas
muchas de sus películas, ninguna de las cuales hace presagiar un título
semejante. Recordemos algunas: Malas
calles; Taxi Driver; New York, New York;
El color del dinero; Uno de los nuestros... Dramas, comedias, musicales, thrillers…
de todo, sí, o casi, pero ¿cine romántico?... ¿Y además de época?, ¿Con
personajes de morales victorianas?... Fue muy sorprendente e inesperado. Y el
resultado, magnífico. Con Daniel Day Louis, Michelle Pfeiffer y Winona Ryder encarnando
con sabiduría y contención a los
protagonistas de la historia.
Scorsese
abandona aquí los barrios bajos neoyorkinos para moverse entre las clases adineradas de la ciudad y contarnos cómo la ordenada vida de uno de sus empingorotados miembros,
Newland Archer, se ve peligrar al enamorarse profundamente de una recién
llegada.
Escena de La edad de la inocencia
Y
echando mano, como hiciera David Lean en Breve
encuentro, de la voz en off, nos va desvelando el profundo sentimiento de
amor inconfesable que se va apoderando de este sujeto, mientras la vida social
de su grupo de privilegiados continúa, aparentemente sorda y ciega, tejiendo
los hilos necesarios para que todo siga inmutable.
Porque en
esa sociedad hermética y superprotegida ha reaparecido uno de sus antiguos miembros,
una joven que en su día casara con un aristócrata europeo partiendo lejos para
vivir en otras latitudes y que ahora, sola, separada del marido, vuelve con
voluntad de reintegrarse en su antiguo medio como si nada hubiera cambiado. Pero
sí, han cambiado muchos condicionantes, ella ya no es la misma, trae otras
costumbres y un estado civil oscuro y confuso que levanta recelos y escandaliza.
Newland Archer, como un caballero de leyenda, asumirá su defensa frente a las
malas lenguas, en parte por pura cortesía y también por tratarse de la prima de
su prometida. Pero desde el primer momento siente una fuerte fascinación por el
personaje y enseguida ambos se enamoran sin remedio, secretamente, hondamente.
Y viven este sentimiento como algo prohibido, conscientes ambos de que no
contarían con la anuencia de los suyos.
La
película nos muestra el escenario fastuoso de su cotidianidad hermosamente
vacía, el peso de las convenciones sociales tanto sobre ellos mismos como sobre
los demás individuos que integran su círculo de elegidos. Ese mundo pequeño,
mezquino y estéril en que se asfixian, pero que es también todo su mundo, el
aire que respiran y del que no pueden ni quieren prescindir.
Personajes
educados para controlar sus sentimientos y realizar lo que la sociedad espera
de ellos aunque sea renunciando a lo que más desean, incapaces por completo de
enfrentarse a su entorno, porque sin él se saben solos, en una soledad radical que
intuyen aún más insufrible que el desesperado dolor de la renuncia. Repitiendo
en su mundo de privilegios unas conductas rancias de las que aunque algunos
sean conscientes ninguno sabe librarse; tal vez se burlen de ellas
superficialmente, pero están tan interiorizadas que imperan en sus actos y les tiranizan.
Y eso es lo que determina fatalmente sus conductas y les aboca a secretos
sufrimientos.
Y si
los afectados resisten, la sociedad premiará su sacrificio con todas las dosis
de disimulo que el personaje necesite para ignorar su pecadillo, porque lo
verdaderamente importante es seguir adelante sin alterar las normas por las que
el grupo se gobierna.
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