Desde Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, Capra, 1944) a Parásitos (Parasite, Bon Joon-Ho, 2019) muchas comedias aparecen salpicadas o algo más de humor negro. Esto se aprecia de manera bastante acusada, por ejemplo, en Monsieur Verdu (Charles Chaplin, 1953) o en Ensayo para un crimen (Buñuel, 1955); algo fallida en Pero… quién mato a Harry? (The trouble with Harry, 1955), la única en que Hitchcock se atrevió frontalmente con el género cómico; y determinante en Pulp fiction (Tarantino, 1994).
The Ladykillers (Mackendricks, 1955)Es desde luego este elemento un componente decisivo en algunas películas ya comentadas aquí en post anteriores como The Ladykillers (1955) de Mackendricks (en
Tres de robos); El verdugo (1963) de Berlanga (en “Perdedores”); Fargo (1996) de Etan y Joel
Cohen (en “Parejas de hermanos”); Relatos Salvajes (2014), del argentino Daniel
Szifrón (en “Cine de episodios”); o The Square (2017) del sueco Ruben Ostlünd (en “Cine sueco”). Por cierto que estas dos
últimas constituyeron no hace demasiados años dos estupendas sorpresas en
nuestra cartelera.
Ahora el foco se dirige a dos joyitas del género: La
niña de luto (1964), de nuestro talentoso Manuel Summers, hoy injustamente
olvidada y olvidado, y La vida es un
largo río tranquilo (La vie est une
large fleuve tranquille, 1988) del cineasta francés Etienne Chatilliez, sin
duda su mejor película, pero que en su momento pasó casi desapercibida entre
nosotros.
La niña de luto es un
retrato de costumbres, lleno de humor y de tipos y situaciones sorprendentes,
pero reales como la vida misma. La muerte no tiene ninguna gracia, pero
mezclada con anécdotas de la vida cotidiana puede en su contraste originar
momentos de fuerte hilaridad como sucede en ésta y en tantas otras películas. Aquí
la raíz de los males está en el luto, una convención ya muy olvidada pero con
fuerte presencia social en tiempos pasados.
Lo que en
origen suponía una señal de respeto al difunto, exteriorizar el duelo,
rígidamente reglamentado e impuesto, acabo por restringir la actividad social
de manera muy severa. Recordemos la reclusión a que Bernarda Alba sometía a sus
hijas en el teatro de Lorca, espejo deformante de una realidad si no tan
desmesurada bastante veraz entonces. Eso mismo hará Summers con la suya treinta
años después. Lorca hizo una tragedia del luto; Summers hará una tragicomedia.
La trama
cuenta las tribulaciones de una pareja de novios en los años sesenta viviendo
en un pueblo andaluz. La novia por fin se ha quitado ese luto por su abuela que
la retenía en casa, negro obstáculo en su noviazgo, pero, cuando parece
liberada, de nuevo la muerte le impondrá reiteradas cortapisas al desarrollo
natural de su existencia.
La niña de luto
constituye un luminoso documento de aquellos años, tiempos tan remotos hoy que
quizá percibamos su trama como una caricatura. Y sin embargo no estaba tan
lejos de lo cotidiano en aquella sociedad descrita, que, sobre todo en entornos
rurales, seguía exigiendo ese rito colectivo y castigaba con el reproche social
a quien no lo observara. El irrepetible Summers, un director brillante,
divertido y valiente, siempre a contracorriente de lo políticamente correcto,
nos ofreció en esta película una historia mordaz, aparentemente cruel pero
cargada de ternura y rebosante de un humor irónico y tierno que era su marca de
fábrica. La película, inicialmente pensada como un episodio más para formar un
trío en su film anterior, Del rosa al
amarillo, acabo siendo rodada de manera independiente y autónoma; sus
protagonistas que hasta entonces no habían interpretado papeles principales,
encontraron en ella un trampolín a la fama; y el pueblo donde se rodó y muchos
de cuyos habitantes participaron en la cinta, sigue celebrando aquella ocasión
como motivo de periódica y regular
celebración.
los Quesnoy
La vida es un largo río tranquilo trata
otro tema espinoso, el cambio de identidad entre dos recién nacidos. El motivo,
una amante despechada, una enfermera que pretende así vengarse del doctor por
el que se siente agraviada y en cuya clínica se han producido los partos; los
afectados, dos familias situadas en los extremos de la pirámide social, los
Groseille y los Quesnoy, cuyos hijos han nacido el mimo día en la misma clínica
y que han sido deliberadamente cambiados en sus cunas. Doce años después, y
también como nueva venganza de una segunda afrenta del doctor para con ella, Josette,
la enfermera, confiesa su crimen. Las relaciones de esta frívola pareja y sus
cambios emocionales sirven así de nexo para la presentación de estas dos
familias y sus vicisitudes desde que se descubre el pastel.
los Groseille
Este drama
contado en clave de humor va desvelando de manera ingeniosa y desenfadada las
turbulentas emociones que el sucedido despierta en los diferentes personajes
implicados, la manera en que sus vidas se complican, el cúmulo de sensaciones
contradictorias que se desatan en su interior… Los Quesnoy, adinerados
burgueses, están encorsetados por severas convenciones de clase; los Groseille,
pobres de solemnidad, cargados igualmente de prejuicios; cada familia aborda la
situación desde sus correspondientes condicionantes vitales. Y no se huye de
estereotipos, al contrario, se recurre con gracia a ellos para acentuar con la
parodia situaciones fácilmente
reconocibles. Así la familia rica, los Quesnoy, son rancios, devotos y remilgados
y la otra, los Groiselle, descaradamente racistas, desordenados, y caóticos. Colocados
frente a frente, estos individuos, destinados a desenvolverse en medios que se
ignoran, echarán chispas.
Chatilliez nos
cuenta con desenvoltura y desenfado su encontronazo, señalando sin piedad el
fuerte componente clasista de la sociedad francesa que describe y desvelando
con crudeza las hipocresías sociales en medio de la cuales estos seres se
desenvuelven.
Escena de La vida es un largo río tranquilo
Una historia
tremenda, en fin, que un guion ágil e inteligente despliega ante nuestros ojos,
desbordando ironía y suscitándonos constantemente la risa. El reparto sin más
caras conocidas que la de Daniel Gelin, intérprete del médico, fue también todo
un acierto. Y su carácter de ópera prima convertía la película en un
esperanzador descubrimiento, aunque vista en perspectiva su director hasta la
fecha no haya conseguido superarla. En cualquier caso, muy bien acogida en su
estreno por crítica y público, la película alcanzó cuatro premios César, y hoy
día, a pesar del tiempo transcurrido, sigue resultando fresca y divertida.