jueves, 31 de marzo de 2022

Cine de humor negro

Desde Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, Capra, 1944) a Parásitos (Parasite, Bon Joon-Ho, 2019) muchas comedias aparecen salpicadas o algo más de humor negro. Esto se aprecia de manera bastante acusada, por ejemplo, en Monsieur Verdu (Charles Chaplin, 1953) o en Ensayo para un crimen (Buñuel, 1955); algo fallida en Pero… quién mato a Harry? (The trouble with Harry, 1955), la única en que Hitchcock se atrevió frontalmente con el género cómico; y determinante en Pulp fiction (Tarantino, 1994).

The Ladykillers (Mackendricks, 1955)

Es desde luego este elemento un componente decisivo en algunas películas ya comentadas aquí en post anteriores como The Ladykillers (1955) de Mackendricks (en Tres de robos); El verdugo (1963) de Berlanga (en “Perdedores”); Fargo (1996) de Etan y Joel Cohen (en “Parejas de hermanos”); Relatos Salvajes (2014), del argentino Daniel Szifrón (en “Cine de episodios”); o The  Square (2017) del sueco Ruben Ostlünd (en “Cine sueco). Por cierto que estas dos últimas constituyeron no hace demasiados años dos estupendas sorpresas en nuestra cartelera.

Ahora el foco se dirige a dos joyitas del género: La niña de luto (1964), de nuestro talentoso Manuel Summers, hoy injustamente olvidada y olvidado, y La vida es un largo río tranquilo (La vie est une large fleuve tranquille, 1988) del cineasta francés Etienne Chatilliez, sin duda su mejor película, pero que en su momento pasó casi desapercibida entre nosotros.

La niña de luto es un retrato de costumbres, lleno de humor y de tipos y situaciones sorprendentes, pero reales como la vida misma. La muerte no tiene ninguna gracia, pero mezclada con anécdotas de la vida cotidiana puede en su contraste originar momentos de fuerte hilaridad como sucede en ésta y en tantas otras películas. Aquí la raíz de los males está en el luto, una convención ya muy olvidada pero con fuerte presencia social en tiempos pasados.

Lo que en origen suponía una señal de respeto al difunto, exteriorizar el duelo, rígidamente reglamentado e impuesto, acabo por restringir la actividad social de manera muy severa. Recordemos la reclusión a que Bernarda Alba sometía a sus hijas en el teatro de Lorca, espejo deformante de una realidad si no tan desmesurada bastante veraz entonces. Eso mismo hará Summers con la suya treinta años después. Lorca hizo una tragedia del luto; Summers hará una tragicomedia.

                                                        La niña de luto (Summers, 1964)

La trama cuenta las tribulaciones de una pareja de novios en los años sesenta viviendo en un pueblo andaluz. La novia por fin se ha quitado ese luto por su abuela que la retenía en casa, negro obstáculo en su noviazgo, pero, cuando parece liberada, de nuevo la muerte le impondrá reiteradas cortapisas al desarrollo natural de su existencia.

Escenas de La niña de luto

La niña de luto constituye un luminoso documento de aquellos años, tiempos tan remotos hoy que quizá percibamos su trama como una caricatura. Y sin embargo no estaba tan lejos de lo cotidiano en aquella sociedad descrita, que, sobre todo en entornos rurales, seguía exigiendo ese rito colectivo y castigaba con el reproche social a quien no lo observara. El irrepetible Summers, un director brillante, divertido y valiente, siempre a contracorriente de lo políticamente correcto, nos ofreció en esta película una historia mordaz, aparentemente cruel pero cargada de ternura y rebosante de un humor irónico y tierno que era su marca de fábrica. La película, inicialmente pensada como un episodio más para formar un trío en su film anterior, Del rosa al amarillo, acabo siendo rodada de manera independiente y autónoma; sus protagonistas que hasta entonces no habían interpretado papeles principales, encontraron en ella un trampolín a la fama; y el pueblo donde se rodó y muchos de cuyos habitantes participaron en la cinta, sigue celebrando aquella ocasión como  motivo de periódica y regular celebración.

                                                        los Quesnoy

La vida es un largo río tranquilo trata otro tema espinoso, el cambio de identidad entre dos recién nacidos. El motivo, una amante despechada, una enfermera que pretende así vengarse del doctor por el que se siente agraviada y en cuya clínica se han producido los partos; los afectados, dos familias situadas en los extremos de la pirámide social, los Groseille y los Quesnoy, cuyos hijos han nacido el mimo día en la misma clínica y que han sido deliberadamente cambiados en sus cunas. Doce años después, y también como nueva venganza de una segunda afrenta del doctor para con ella, Josette, la enfermera, confiesa su crimen. Las relaciones de esta frívola pareja y sus cambios emocionales sirven así de nexo para la presentación de estas dos familias y sus vicisitudes desde que se descubre el pastel.


                                                                             los Groseille

Este drama contado en clave de humor va desvelando de manera ingeniosa y desenfadada las turbulentas emociones que el sucedido despierta en los diferentes personajes implicados, la manera en que sus vidas se complican, el cúmulo de sensaciones contradictorias que se desatan en su interior… Los Quesnoy, adinerados burgueses, están encorsetados por severas convenciones de clase; los Groseille, pobres de solemnidad, cargados igualmente de prejuicios; cada familia aborda la situación desde sus correspondientes condicionantes vitales. Y no se huye de estereotipos, al contrario, se recurre con gracia a ellos para acentuar con la parodia  situaciones fácilmente reconocibles. Así la familia rica, los Quesnoy, son rancios, devotos y remilgados y la otra, los Groiselle, descaradamente racistas, desordenados, y caóticos. Colocados frente a frente, estos individuos, destinados a desenvolverse en medios que se ignoran, echarán chispas.

Chatilliez nos cuenta con desenvoltura y desenfado su encontronazo, señalando sin piedad el fuerte componente clasista de la sociedad francesa que describe y desvelando con crudeza las hipocresías sociales en medio de la cuales estos seres se desenvuelven.

Escena de La vida es un largo río tranquilo

Una historia tremenda, en fin, que un guion ágil e inteligente despliega ante nuestros ojos, desbordando ironía y suscitándonos constantemente la risa. El reparto sin más caras conocidas que la de Daniel Gelin, intérprete del médico, fue también todo un acierto. Y su carácter de ópera prima convertía la película en un esperanzador descubrimiento, aunque vista en perspectiva su director hasta la fecha no haya conseguido superarla. En cualquier caso, muy bien acogida en su estreno por crítica y público, la película alcanzó cuatro premios César, y hoy día, a pesar del tiempo transcurrido, sigue resultando fresca y divertida.

viernes, 11 de marzo de 2022

La otra generación perdida y el cine

 

Con la expresión generación perdida Gertrud Stein definió a aquellos compatriotas suyos que, nacidos a fines del s. XIX, andaban por Europa en los veinte del veinte; algunos porque habían participado en la Gran Guerra y no habían vuelto a casa todavía, otros porque llegaron inmediatamente después. Y ello porque parecían comportarse como desarraigados. La expresión hizo fortuna y, por extensión, se acabó aplicando a toda aquella promoción de escritores estadounidenses, participaran o no en la contienda y vinieran o no a Europa.

                                  Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald

Ya nos detuvimos en dos de los más famosos componentes de los así denominados: Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald, cuyos patrones de conducta respondían por completo a lo que su amiga Gertrud quería significar: jóvenes desorientados, viviendo en Europa como expatriados y sin ganas de volver a casa. Otros célebres novelistas estadounidenses vinieron también a Europa a luchar entonces en sus campos de batalla como John Dos Passos (1896-1970) y Raymond Chandler (1888-1959); al primero lo asociamos con el cine por su guion para El diablo es una mujer (The Devil is a Woman, Joseph Von Sternberg, 1935), y también por su participación en el de Tierra de España (Spanish Earth, Jorys Ivens, 1937), alegato a favor de la República española. A Chandler, por sus esplendidos guiones para Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1946), La Dalia Azul, (The Blue Dalia, George Marshall, 1946) y Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951, Hitchcock). Y otra joven escritora, Frances Marion (1888-1973), famosa adaptadora y guionista en los tiempos del cine mudo y primeros tiempos del hablado, vino también a Europa como corresponsal de guerra.

                                  Raymond Chandler, Frances Marion, John Dos Passos

Pero fueron muchos más los que se quedaron en América, la otra generación perdida, igualmente interesante o más en cuanto a su relación con el cine. Porque el cine, ese nuevo divertimento, había logrado levantar en Hollywood, un lugarcito de la Costa Oeste, una verdadera industria floreciente que para estos jóvenes escritores ofrecía una nueva y prometedora actividad, la de guionistas, compatible al menos con su condición de novelistas, o tan atractiva como para sumergirse en ella y acabar dedicándole todas sus energías. Y para los no tan interesados en la nueva actividad, al menos una lucrativa fuente de ingresos por la cesión de derechos de adaptación a la pantalla de sus ficciones.

Descartando a Dashiell Hammett, (1894-1961), ya abordado en este blog con mayor amplitud en Helman y Hammett, contamos con todo un ramillete de jóvenes novelistas (John Steinbeck, William Faulkner, William Ridley Burtley, Dorothy Parker...) que escribieron guiones con mayor o menor regularidad y vendieron al cine los derechos de adaptación de algunas de sus novelas.

Para otros, la nueva industria fue su principal medio de vida, trabajando fundamentalmente como guionistas; este fue el caso de Ben Hetch; o como directores también, y así lo hicieron Preston Sturgess o Howard Hawks. Porque el cine, como ya apuntamos, significó para muchos individuos de esta promoción un verdadero descubrimiento, algo que abría un innovador campo de expresión, así que en él centraron sus afanes y a él dedicaron sus esfuerzos y lo mejor de su vida laboral, hasta el extremo de que a algunos les absorbería por completo.

Una rápida mirada sobre los citados, que si no son todos, sí se cuentan seguramente entre los más famosos:

A John Steinbeck (1902-1968), el más joven de ellos, la guerra le pilló todavía adolescente, así que, aunque se le suele enclavar en ella, no sería propiamente miembro de esta generación. Para el cine resultó un guionista de lujo por su colaboración, siendo ya famoso, en el guion de Viva Zapata (Elia Kazan, 1952). Pero su importancia en este medio se debe sobre todo a la frecuencia con que sus novelas se llevaron a la pantalla, algunas con gran éxito, como Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, Ford 1940), La vida es así (Tortilla Flat, Fleming, 1942), Naúfragos (Lifeboats, Hitchcock, 1944), La perla (Emilio Fernández, 1947) o Al este del Edén (East of Eden, Kazan, 195,). Y otras, adaptadas reiteradamente, como De ratones y de hombres (Of Mice and Men) que cuenta con tres versiones hechas en 1962, 1972 y 1992También William Faulkner (1897-1962) era ya un escritor famoso cuando se acerca al cine, y aunque se relacionen con su pluma algunos guiones de películas míticas como Tener y no tener (To Have and Have Not, H. Hawks, 1944) o El sueño eterno (The Big Sleep, H. Hawks, 1946) y figure en otras interesantes como Gunga Din (Stevens, 1939), su experiencia en Hollywood, incapaz de adaptarse a entorno tan ajeno a su manera de ser, no resultó demasiado satisfactoria. Aun así, el cine fue para él un procedimiento alimenticio al que recurriría con cierta frecuencia, bien como guionista o cediendo derechos de adaptación de sus ficciones, muchas de las cuales, como Santuario o El ruido y la furia, se versionaron en la pantalla, si bien no con demasiado acierto.


Otro reputado autor de novelas, en este caso del género negro, William Riley Burnett (1899-1982) trabajó también para el cine en Hollywood como guionista y adaptador, y entre sus obras figuran algunas tan brillantes como Hampa dorada (Little Caesar, Melvin LeRoy 1931) o La jungla del asfalto, (The jungla of asfalt, John Huston, 1959) que resultaron grandes éxitos de pantalla.

Asimismo, Dorothy Parker (1893-1967) una de las plumas más ingeniosas y ácidas de la literatura americana de entreguerras, escribiría para el cine un par de guiones, los de las películas Ha nacido una estrella (W. Wellman 1938) y Una mujer destruida (S. Heiler, 1947).


Y Ben Hetch, (1894-1964) novelista, dramaturgo y periodista que dedicó al cine la mayor parte y lo mejor de su actividad profesional, situándose entre los más exitosos guionistas de Hollywood además del primero en recibir un Oscar por uno de sus trabajos (La ley del Hampa (1927). Vendrían después otros muchos guiones, algunos tan famosos como los que hizo para Scarface  La diligencia, Lo que el viento se llevó, Luna nueva,  Me siento rejuvenecer, El motín de la Bounty, Con faldas y a lo loco y tantas otras películas inolvidables.

También como guionistas trabajaron Howard Hawks (1896-1977) y Preston Sturgess (1898-1959), aunque con el tiempo acabarán siendo más famosos como directores de cine. Raoul Walsh (1887-1980), algo mayor que ellos, en su etapa de cine mudo, se escribía sus guiones. Y tanto Walsh como Hawks, a caballo por su edad entre el cine mudo y el sonoro, supieron reunir, en su manera de hacer, experiencias positivas de ambos procedimientos, enriqueciendo las películas sonoras con formas de narrar a veces muy visuales que gentes que vinieron después ya no sabrían manejar. A todos ellos se deben títulos tan inolvidables como Al rojo vivo y El mundo en sus manos (Walsh); Tener y no tener y Luna Nueva (Hawks); Los viajes de Sullivan y Un marido rico (Sturges), por citar de cada uno sólo dos de las muchas espléndidas obras que dirigieron.

Otra figura cercana pero que como Steinbeck había nacido algo tarde para formar parte de esta generación fue John Huston (1906-1987), que empezó también en el cine escribiendo guiones y acabaría convirtiéndose en uno de los grandes de la dirección cinematográfica: El tesoro de sierra madre, La jungla del asfalto, La reina de África, Moulen Rouge, El Cardenal,  El honor de los Prizzi, Dublineses… se encuentran entre sus títulos inolvidables. 

Estos son en fin algunos de los brillantes estadounidenses de aquella llamada generación perdida y sus aledaños, que por las versiones cinematográficas de sus novelas, sus guiones o la importancia de las películas que dirigieron, tanto peso han alcanzado en la historia del cine. Bien se merecen un recuerdo por lo mucho que a los espectadores nos han enriquecido con sus trabajos y su esfuerzo.