Amo demasiado a
mi país para ser nacionalista.
Albert Camus
Leí El extranjero a los 18 años, en un
autocar atravesando el sur de Francia. La novela me conmocionó desde su primera
frase: Hoy ha muerto mi madre. O quizá
ayer, no sé. Hacía menos de dos años que yo había perdido a la mía y fue
impactante ese principio. La leí de un tirón, muy interesada, y, aunque creo
que era demasiado joven para entenderla en profundidad, claro está que no me fue
indiferente la desolación de este personaje perturbador: su desapego, su
extrañamiento, su distancia afectiva de todo y de todos: la madre, la novia, el
trabajo, el mundo, en fin; ese absurdo asesinato inexplicable hasta para él
mismo, que no sabe atribuirlo
más que al efecto enloquecedor del sol enturbiando su mente; su pasividad ante
el juicio y el castigo: la dulce indiferencia del destino es la
reflexión que su propio existir sugiere a Meursault, el extranjero
(¿extranjero?, ¿extraño?, ¿enajenado?, ¿alienado?. ¿outsider?...).
La novela me dejó perpleja, me sorprendió y conmocionó, y
nunca olvidé ese relato tan descorazonador, aunque entonces no supiera
contextualizarlo ni pudiera asociarlo a estados de ánimo generados o amplificados por la guerra, (la novela es del
año 1942), ni a filosofías existencialistas o nietzscheanas, ni a vivencias o a
aspectos de la personalidad del autor, del que no conocía entonces más que lo
básico.
Marcello Marstroianni en El Extranjero (1967, Visconti) |
En 1967, un cuarto
de siglo después de su publicación, Visconti adaptó El extranjero al cine, con Marcello Mastroianni de protagonista. No
sé si se estrenó en España, y, en cualquier caso parece que en su día no tuvo
gran éxito, pero vista hoy y, a pesar de sus fallos de guión, puede resultar
interesante. Es tal vez la primera de las obras de Albert Camus llevada a la pantalla;
luego vendrían unas cuantas más, mejicanas: Bajo
la metralla (1983) y La furia de un
Dios (1987), ambas de Felipe Cazals; argentinas: La peste (1992) de Luis Puenzo; húngaras: Calígula (1996) de Sandos Nagy; turcas: Yazgi (2001) de Zeki Demirkubuz;
italianas: Le premier homme (2011) de
Gianni Amelio; francesas: Loin des hommes
(2014) de David Oelhoffen… por citar sólo algunas. Pero aunque haya sido objeto
de numerosas versiones cinematográficas, no se puede decir que su obra haya
resultado demasiado exitosa en la pantalla.
A pesar de lo
cual, sin embargo, la influencia de su pensamiento en el cine es fácil de
rastrear. Su filosofía del absurdo, con los inevitables matices propios de cada
contexto, traza una huella detectable en diferentes tiempos y cinematografías;
desde luego en la más cercana a sus días, la nouvelle vague. En Al final
de la escapada (A bout de souffle) de Godard se respira filosofía del absurdo; en Los 400 golpes de Truffaut, también. Y
en el primer Bertolucci, el de Prima
della revoluzione. E incluso, a su particular modo, en esos personajes de
Antonioni, siempre ausentes, aislados, flotando en el vacío que constituye su vivir. Viniendo más cerca, las películas de
los Coen, entre otros, rezuman asimismo esa filosofía existencial; pensemos por
ejemplo en El hombre que nunca estuvo
allí, ese barbero oscuro y desdibujado, indiferente a su
destino. Y tantos otros de sus personajes en tantas otras de sus películas que
muestran a las claras el carácter paradójico y carente de sentido de la
aventura humana. Porque Camus supo
expresar de manera brillante ese sinsentido de la vida, manifiesto en todas
estas maneras de hacer cine, tan distintas y distantes entre sí y en el tiempo.
Stephane Freiss en Camus (Laurent Jaoui, 2009) |
Además de su
obra, la vida de Camus ha interesado también a la pantalla. Ahí está la serie
de televisión francesa, realizada en 2009 por Laurent Jaoui, Camus, adecuado contrapunto que nos
acerca al lado humano del genio y nos permite conocerle mejor como persona,
aportándonos más datos de su vivir, en especial los relativos a los diez
últimos años de su existencia. Porque, aunque describe momentos anteriores, la
serie se centra en esos años y sobre todo a partir de 1956, cuando intenta
convencer a su madre de que abandone Argelia.
Su madre, su
abuela, sus dos esposas, amigas, amantes… es llamativo lo mucho que las mujeres
influyeron en su vida; las de la familia y alguna mujer más, en especial su
apasionada relación con la exiliada María Casares, hija de Santiago Casares
Quiroga, presidente dimisionario de la Segunda República Española frente al
golpe militar de julio de 1936. La espléndida María Casares, que llegó por sus
propios méritos a ser grande entre las grandes de la escena francesa.
Determinante
también en su vida, la estrecha amistad y posterior desencuentro sonado con
Sartre a causa de su disidencia del comunismo, esbozada en El hombre rebelde, y definitiva tras los acontecimientos en el
Budapest de 1956 al decantarse por los revolucionarios húngaros frente a la
postura de fuerza impuesta por la Unión Soviética.
Trascendental
además en su vida la obtención del premio Nobel en 1957, siendo todavía joven para esta distinción, que
entonces contaba 44 años de edad. Sólo tres años después se produce su fatídica
muerte en accidente de carretera, en torno al cual se levantaron multitud de
sospechas nunca confirmadas.
La serie
profundiza poco en su infancia argelina, que tanto le marcara por sus orígenes
europeos: madre española y padre francés, pieds-noirs,
como eran llamados los europeos, los franceses especialmente, con una clara
intención despectiva, en aquellos violentos años de la guerra de Argelia, cuyo
final no tuvo tiempo de conocer.
Sí profundiza,
sin embargo en esa infancia, Le premier
homme, novela póstuma e inacabada, no editada hasta 1994 y de fuerte
componente autobiográfico, que el destacado cineasta italiano Gianni Amelio lleva al cine en 2011, logrando su mejor película desde la famosa Il ladri
di bambini, (1992), y que además constituye una excepción a lo antes
afirmado sobre la poca fortuna de la obra de Camus en el cine.
La visión de
Gianni Amelio sobre la infancia de Camus, que identifica bastante con la suya
propia, seguro que no nos dejará indiferentes. El italiano coloca a nuestro protagonista,
el escritor Jean Cormery, fiel trasunto de Albert Camus, volviendo a la Argelia
donde nació para defender la convivencia pacífica entre árabes y franceses. Y
esto en momentos cruciales del duro conflicto francoargelino. Y evoca
personajes y recuerdos de su vida de niño, confrontándolos con su dolor de
adulto, impotente frente a una trágica realidad que le supera. El relato se
desarrolla en dos planos temporales: la Argelia de los años 20, su país de
cuando niño, y la de los últimos 50, que ya no es la suya, levantándose la
trama sobre una arquitectura compleja que logra un perfecto equilibrio
narrativo entre ambos tiempos, apoyándose siempre en la vida interior del
personaje adulto y logrando así un hermoso resultado intimista y poético.
En definitiva
Camus, novelista admirable, cronista inspirado, dramaturgo poco difundido, pero
gran ensayista y pensador original, autor de la más lúcida meditación sobre la
catástrofe político y moral del siglo XX, (si exceptuamos la obra de Hanna
Arendt), no ha dejado de tener relevancia ni actualidad. Y ello aun a pesar de su valiente postura política, contestataria con la Unión
Soviética cuando ésta contaba con el apoyo abrumador de la intelectualidad
occidental y conciliadora en el tema de Argelia, actitudes ambas que le
valdrían en su día muchos rechazos. E incluso hasta hoy llega el eco de este
rechazo, que se hizo todavía notar en 2013 con ocasión del centenario de su
nacimiento convirtiendo la celebración en algo espinoso y a la vez descafeinado.
En cualquier caso, ahí
sigue más de medio siglo después de su temprana muerte, cada vez mejor
comprendido y reconocido, como uno de los grandes de la literatura francesa.
En 1957,
al recibir el Nobel de Literatura Camus diría:
“Cada
generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin
embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea aún más grande. Consiste en
impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que
se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses
muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo
todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta
convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí
misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un
poco de lo que hace digno el vivir y el morir”.
No suena
precisamente apolillado.
Albert
Camus nació en Drean, Argelia,
en 1913, y murió en Villeblevin, Francia, en 1960.
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