Aun cuando hoy en día la imagen está
supervalorada, una apariencia hermosa ya no ejerce la fascinación que antaño
ejerciera entre las gentes, al menos en el cine, porque es un medio que no nos
hace soñar hoy como entonces. Por eso si queremos hablar de belleza física en la
pantalla viene bien remontarnos a tiempos pasados y elegir alguna figura de los
años dorados del cine, cuando éste ya había empezado a hablar y antes de que la
televisión le fuera peligrosamente arrinconando, esto es, más o menos entre las
décadas de los 30 a los 50.
Hedy Lamarr, (1914-2000) |
Y poner la mirada en alguna de las actrices incontestablemente guapas. A una actriz no le
bastaba con ser guapa, claro, incluso aun cuando de lo que se tratara fuera de hacer
brillar su imagen. Para triunfar en algo, además de la suerte y el azar,
requisitos siempre indispensables, es imprescindible también el talento, la
inteligencia, el atractivo, la sensibilidad, la creatividad, la personalidad,
el estilo… un sinfín de cualidades y aptitudes variopintas, así como una
combinación afortunada de las mismas. Pero cuando estas mujeres aparecían en la
pantalla era como si su sensacional belleza lo eclipsara todo. Claro que esto
estaba estudiado, buscado y resaltado, pero el caso es que se conseguía y el
espectador parecía no ser consciente de todo lo que acompañaba a esa apariencia.
Hedy Lamarr en Éxtasis, (Machatý, 1933) |
La primera, Eva Maria
Kiesleredi, protagonizó el primer desnudo integral en la historia del cine. Fue
en Éxtasis (Machatý, 1933), una
película checa donde apareció sin ropa, escandalizando al personal. Y el
escándalo, rebasando fronteras, la llevaría hasta Hollywood. Allí, rebautizada como
Hedy Lamarr, llenaría las salas de cine en los años treinta y cuarenta con
películas donde brillaba su deslumbrante belleza.
“Cualquier chica puede
ser glamurosa. Todo lo que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer
estúpida” es frase que se atribuye a esta mujer que era pura inteligencia. Y
esa consigna fue quizá la que siguió Marilyn Monroe, otro mito erótico del cine
que se muestra así en sus apariciones, como una chica tonta, que, claro, no
tiene nada de tonta, aunque, paradójicamente, tal vez algo asustada de su tan
reiterado papel, ella siempre buscara con ansia el reconocimiento de su valía
profesional.
Volviendo a Hedy Lamarr sus
perfiles son sorprendentes, tanto que merece la pena asomarse en detalle a su biografía.
Nacida en 1914, en lo que todavía era el imperio austrohúngaro, ya en su infancia fué calificada por sus profesores como niña superdotada.
Estudiante de ingeniería, deja pronto su carrera para dedicarse por completo a la dramaturgia, trabajando a la vez en teatro y en cine. En teatro con lo mejor del momento, Max Reinhardt, y en cine con diferentes cineastas (alemanes, checos, rusos). En 1933 con tan solo diecinueve años se casa con Friedrich Mandl, un individuo patológicamente celoso en lo personal, y en lo social cercano a Hitler y Musolini. En 1937 consigue escapar de las garras del marido en una fuga de película. Hasta entonces, durante sus años de casada, mientras acumula información sobre tecnología armamentística a través de los amigos de su marido, retoma sus estudios de ingeniería. Después, libre del yugo marital, París, Londres y Estados Unidos serán el escenario de sus pasos hasta su primer contrato en Hollywood para actuar en un largometraje, Algiers (Cromwell, 1938) junto a Charles Boyer. En los siguientes veinte años intervendría en una treintena de películas, dirigidas por diferentes realizadores, algunos de la talla de King Vidor, Tourneur, Stevenson o de Mille y aunque en general no tuvo mucho acierto con la calidad de sus films, sí logró en cambio una enorme popularidad.
Nacida en 1914, en lo que todavía era el imperio austrohúngaro, ya en su infancia fué calificada por sus profesores como niña superdotada.
Estudiante de ingeniería, deja pronto su carrera para dedicarse por completo a la dramaturgia, trabajando a la vez en teatro y en cine. En teatro con lo mejor del momento, Max Reinhardt, y en cine con diferentes cineastas (alemanes, checos, rusos). En 1933 con tan solo diecinueve años se casa con Friedrich Mandl, un individuo patológicamente celoso en lo personal, y en lo social cercano a Hitler y Musolini. En 1937 consigue escapar de las garras del marido en una fuga de película. Hasta entonces, durante sus años de casada, mientras acumula información sobre tecnología armamentística a través de los amigos de su marido, retoma sus estudios de ingeniería. Después, libre del yugo marital, París, Londres y Estados Unidos serán el escenario de sus pasos hasta su primer contrato en Hollywood para actuar en un largometraje, Algiers (Cromwell, 1938) junto a Charles Boyer. En los siguientes veinte años intervendría en una treintena de películas, dirigidas por diferentes realizadores, algunos de la talla de King Vidor, Tourneur, Stevenson o de Mille y aunque en general no tuvo mucho acierto con la calidad de sus films, sí logró en cambio una enorme popularidad.
Otras facetas de su
proyección pública quedaron durante mucho tiempo eclipsadas por la del cine aun
cuando resultan todavía más fascinantes, desde sus actividades en tareas de espionaje
como lo relativo a su invento, dos asuntos de gran interés en aquel momento de conflicto
bélico. El primero porque su anterior posición social le había procurado
información privilegiada que ella, al estallar la guerra, pondría en
conocimiento del gobierno de los EEUU; el segundo porque ideó, junto con su amigo el compositor George
Antheil, un sistema de detección de torpedos teledirigidos que ambos ofrecieron
al ejército estadounidense. Este, aunque en su momento lo arrinconó, acabaría utilizándolo
en 1962, cuando la crisis de los misiles cubanos. Y hoy es determinante para
los sistemas de posicionamiento por satélite, como el GPS, además de haber
resultado precursor del wifi.
Durante años
luchó denodadamente y con escaso éxito por el reconocimiento de su trabajo de
inventora, que con tozudez permanecían ninguneando; hoy su autoría en el
invento es una realidad por completo reconocida y cada vez más difundida. Entre
otras pruebas de ello, en su honor, su Austria natal ha fijado la fecha de su
nacimiento para conmemorar el Día del Inventor.
Rita Hayworth, (1918-1987) |
Otro personaje
que fascinó con su belleza fue el de Rita Hayworth. Nacida en Nueva York en
1918, Margarita Cansinos Hayworth, comenzó una temprana carrera de bailarina actuando
desde los 13 años junto a su padre, el actor y bailarín español Eduardo
Cansinos.
Con Fred Astaire |
Muy ducha en la danza, llegó a Hollywood en 1933 como miembro del
Spanish Ballet y en 1935 empezó a aparecer en películas de la Columbia Pictures
interpretando diferentes papeles secundarios, casi siempre con alguna escena de
baile donde Rita era extraordinaria. Al parecer Joseph Cotten llegó a
decir que por malo que fuese el resto de la película, cuando Rita se ponía a
bailar era como ver un fenómeno de la naturaleza. Y es que ella sin duda había
heredado el talento para la danza no sólo por vía paterna, sino además de su madre Volga
Hayworth, bailarina también, una de las artistas de Ziegfeld Folliesh, las
famosas revistas musicales del Broadway de los treinta primeros años del siglo
XX. Y Hollywood por fortuna supo explotar su talento para la danza y
mostrárnosla con frecuencia en números de baile con los mejores del momento
como los inolvidables Fred Astaire o Gene Kelly.
Pero la
notoriedad no le llegará como bailarina, sino como mito erótico. En 1941 contratada
por 20th Century Fox, interpreta a la doña Sol de la novela de Blasco Ibáñez
En Gilda (Vidor, 1946) |
Sangre y Arena en una adaptación que Robert
Mamoulian hace de esta historia para el cine. Y este personaje significó su
lanzamiento como mujer de bandera, condición que mantendría durante toda la
década. Tras Sangre y arena vendrían otros
musicales, comedias y dramas hasta que en 1946 consolidara su fama con Gilda (Charles Vidor), interpretando un personaje a
caballo entre la mujer fatal y la joven frágil e insegura, una mezcla que causó
sensación, sobre todo por el impacto que produjeron un par de escenas, que
escandalizaron y fascinaron a medio mundo: la del guante y la del guantazo; la primera especialmente, un strip-tease
que sin desnudar más allá de un brazo, elevaba la temperatura de la sala a
extremos hoy impensables. El boca a boca escandalizó a las mentes más gazmoñas
y publicitó la película a escala mundial en una época, la de la inmediata postguerra, que empezaba a volverse extremadamente
puritana. Y ese momento de fama internacional, coincidente con una de sus crisis
matrimoniales, le hizo decir ante la prensa una frase que se haría celebre: “los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se
levantan conmigo”.
Sea como fuere, Gilda la
hizo inmortal. A continuación rodaría bajo las órdenes de su entonces marido,
Orson Welles, La dama de Shanghai (1947),
otra estupenda película de cine negro que en su momento tuvo poca fortuna con
la crítica y donde prescindiendo de la hermosa melena pelirroja que lucía en la
película anterior, ofrecería de nuevo una imagen de mujer perversa, esta vez de
rubia peligrosa, igualmente atrayente y letal para los hombres, que inermes
ante su hechizo caen enredados en su irresistible poder de
Con Orson Welles en La dama de Sanghai, (Welles,1947) |
seducción, tal como
la literatura misógina del momento aseguraba. Diálogos impagables, estupenda
fotografía e iluminación, una puesta de escena brillante, arriesgados
movimientos de cámara… hacen de esta película sin duda una muestra de buen cine;
como corresponde a lo que era: un producto excelente del genio de Welles en uno
de sus mejores momentos creativos. Y donde Rita volvía a estar soberbia. Por
fortuna, el tiempo ha acabado por hacer justicia a esta extraordinaria película.
Los años cincuenta
registran en la carrera de Rita Hayworth todavía unos cuantos títulos de
interés como Pal Joey (George Sidney,
1957) su último musical, y Mesas
separadas (Separate Tables, Delbert Mann, 1958), donde
vuelve a dar vida a una de esas femmes fatales paradójicamente frágiles que ella bordaba. Después, su estrella iría
declinando suavemente, en paralelo a su también declinar físico, que, aquejada de
una dolencia aun desconocida, el mal de Alzheimer, su mente empezó pronto a
fallar. También su belleza se marchitó pronto y ese impresionante personaje de
sus películas iba quedando a años luz de su auténtica personalidad, que en su vida
privada no tenía nada de vampiresa, al contrario, poca suerte tuvo con los
hombres, empezando por su padre y siguiendo con sus sucesivos cinco maridos. Y
la naturaleza, que tanta belleza y talento le había regalado acabó castigándola
cruelmente con esa terrible enfermedad que oscureciera sus últimos años.
Pero a nosotros nos dejó una
imagen imperecedera de diosa inalcanzable que supo crear para el cine y que
generaciones y generaciones de espectadores podemos seguir contemplando con
admiración.
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