jueves, 21 de abril de 2022

Atentados: Chacal

El cine nos ha contado muchas historias de atentados. Algunas tratan de crímenes imaginarios y otras, de asuntos reales. En ocasiones cuentan intentos frustrados: atentado contra Hitler, (1940), o contra el papa Juan Pablo II, (1981). Otras, magnicidios logrados: asesinatos de los Kennedy (1963, John; 1968, Robert), los Gandhi (1948, Mahatma; 1984, Indira); o Trotsky (1949). Y a veces, hasta hechos que rebasaron desproporcionadamente las intenciones de sus ejecutores, como sucedió con el asesinato del heredero al trono de Austria, espoleta que dio origen a la primera guerra mundial.


Los políticos de alto nivel son los personajes que más frecuentemente conforman los blancos de estos delitos, ya que con frecuencia los conspiradores pretenden desestabilizar al poder que ellos representan, fin último que rara vez logran, pero que a priori, como se ha visto, nunca se sabe lo que pueden desencadenar. Sin irnos demasiados lejos nuestra historia en particular es rica en estos sucesos: atentados contra Alfonso XII, (1878 y 1879), Antonio Maura, (1904 y 1910) y Alfonso XIII, (1906) y asesinatos del General Prim, (1870), de los políticos José Canalejas, (1912) y Eduardo Dato, (1921) o del almirante Carrero Blanco, (1973).

Entre las muchas películas que tratan estos temas con acierto y que por lo mismo merece la pena volver sobre ellas elegimos Chacal, (The day of de Jackal), un relato seco y sin concesiones que realizara Fred Zinnemann en 1973 sobre un frustrado intento de matar en 1963 al general De Gaulle. La película se sigue con interés creciente y vista hoy no ha perdido nada de sus frescura.

Zinnemann, austríaco nacido en territorios de la Polonia actual durante el Imperio Austrohúngaro, en el año 1929 está en Alemania participando, junto a otros dos cineastas austríacos, Billy Wilder y Robert Siodmack, en la realización de Hombres de Domingo (Menschen am Sonntag, 1929), interesante película a caballo entre el cine mudo y el sonoro. A continuación, como lo harán también estos compatriotas suyos, emigra a los Estados Unidos y enseguida lo vemos actuando en una película de Hollywood, Sin novedad en el frente (All Quite on the Western Front, 1930), preludio de su fructífera carrera de más de medio siglo como director. En los años cincuenta ha alcanzado ya la fama con obras tan renombradas como Solo ante el peligro (High Noon, 1952) y De aquí a la eternidad (From Here to Eternity 1953) y continuará en activo hasta 1982. Chacal es una de sus mejores realizaciones.

El general De Gaulle, presidente de la república francesa en el momento en que se produce este intento de asesinato, había dirigido durante la 2ª Guerra Mundial  la resistencia francesa frente a la Alemania nazi, presidido el gobierno provisional en la postguerra, restablecido la democracia en Francia, y, tras unos años alejado, vuelto a la política activa en 1958. Personaje de peso incontestable en la historia de Francia y muy influyente en el concierto europeo, con su decisión de otorgar la independencia a Argelia en julio de 1962 había concitado los odios de la OAS.

La OAS (Organization de l’Armée Secrète) fue un movimiento de oposición a la concesión de  independencia para el territorio argelino, entonces colonia del país galo. Organización terrorista, con fuerte presencia en el ejército francés, a partir de 1962, lucha con renovados bríos por una Argelia francesa sin Francia. En ese contexto hay que situar este proyectado magnicidio que la película nos cuenta.

Desde una perspectiva casi documental la narración desarrolla con un ritmo perfecto la preparación del asesinato: la cuidadosa selección primero del sicario idóneo, un asesino a sueldo que parezca el más adecuado para el éxito de su misión y, una vez elegido éste, el lúcido revelado de su perfil psicológico de individuo paciente, metódico y autocontrolado, y la exposición minuciosa de su modus operandi preciso y certero, muy en consonancia con su mostrada personalidad. A continuación, ya detectada la operación por el poder, la historia aborda en paralelo cada uno de los pasos de la investigación puesta en marcha para atraparle y atrae también nuestra atención hacia la personalidad del individuo ocupado en semejante tarea.

   James Fox                                                                                           Michael Longdale

El actor inglés James Fox que da vida al protagonista, está perfecto en la recreación de un personaje inteligente, introspectivo y despiadado, que no deja nada al azar y que nunca pierde los nervios. Michael Longsdale en el papel del investigador que sigue la pista del mercenario para darle caza, está también soberbio en su manera de abordar una persecución cuyo ritmo parece acelerarse conforme se acerca el momento del magnicidio. Y hasta la Francia que le sirve de escenario ocupa un lugar de peso para la comprensión de la historia.

Película, en fin, contada con elegancia y esmero y un dominio deslumbrante de los silencios que tanto nos revelan acerca de la historia. Y aunque ésta nos narra una persecución contra reloj, sus secuencias se despliegan con sosiego y se nos permite asistir con calma a cada una de las jugadas del asesino, adelantándose a los que pretenden darle caza, así como a las respuestas sabiamente orientadas de un poder que ni se desanima ni se rinde ante adversario tan escurridizo.

El guion, magnífico, repleto de situaciones novedosas que se siguen con interés creciente, está basado en un best seller de Frederick Forsyth sobre un hecho histórico a partir del cual el novelista fantasea. Cuenta además de con una buena trama bien narrada, ambientada e interpretada,  con una fotografía y una banda musical excelentes que redondean el estupendo resultado final. Una obra de arte que, con su casi medio siglo a cuestas, sigue sin envejecer.

El asunto fue objeto de una nueva versión en los años noventa, The Jackall (Caton Jones, 1997), remake intrascendente, así que pongan atención para no confundirlas. Pero la nuestra no se la pierdan.


jueves, 31 de marzo de 2022

Cine de humor negro

Desde Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, Capra, 1944) a Parásitos (Parasite, Bon Joon-Ho, 2019) muchas comedias aparecen salpicadas o algo más de humor negro. Esto se aprecia de manera bastante acusada, por ejemplo, en Monsieur Verdu (Charles Chaplin, 1953) o en Ensayo para un crimen (Buñuel, 1955); algo fallida en Pero… quién mato a Harry? (The trouble with Harry, 1955), la única en que Hitchcock se atrevió frontalmente con el género cómico; y determinante en Pulp fiction (Tarantino, 1994).

The Ladykillers (Mackendricks, 1955)

Es desde luego este elemento un componente decisivo en algunas películas ya comentadas aquí en post anteriores como The Ladykillers (1955) de Mackendricks (en Tres de robos); El verdugo (1963) de Berlanga (en “Perdedores”); Fargo (1996) de Etan y Joel Cohen (en “Parejas de hermanos”); Relatos Salvajes (2014), del argentino Daniel Szifrón (en “Cine de episodios”); o The  Square (2017) del sueco Ruben Ostlünd (en “Cine sueco). Por cierto que estas dos últimas constituyeron no hace demasiados años dos estupendas sorpresas en nuestra cartelera.

Ahora el foco se dirige a dos joyitas del género: La niña de luto (1964), de nuestro talentoso Manuel Summers, hoy injustamente olvidada y olvidado, y La vida es un largo río tranquilo (La vie est une large fleuve tranquille, 1988) del cineasta francés Etienne Chatilliez, sin duda su mejor película, pero que en su momento pasó casi desapercibida entre nosotros.

La niña de luto es un retrato de costumbres, lleno de humor y de tipos y situaciones sorprendentes, pero reales como la vida misma. La muerte no tiene ninguna gracia, pero mezclada con anécdotas de la vida cotidiana puede en su contraste originar momentos de fuerte hilaridad como sucede en ésta y en tantas otras películas. Aquí la raíz de los males está en el luto, una convención ya muy olvidada pero con fuerte presencia social en tiempos pasados.

Lo que en origen suponía una señal de respeto al difunto, exteriorizar el duelo, rígidamente reglamentado e impuesto, acabo por restringir la actividad social de manera muy severa. Recordemos la reclusión a que Bernarda Alba sometía a sus hijas en el teatro de Lorca, espejo deformante de una realidad si no tan desmesurada bastante veraz entonces. Eso mismo hará Summers con la suya treinta años después. Lorca hizo una tragedia del luto; Summers hará una tragicomedia.

                                                        La niña de luto (Summers, 1964)

La trama cuenta las tribulaciones de una pareja de novios en los años sesenta viviendo en un pueblo andaluz. La novia por fin se ha quitado ese luto por su abuela que la retenía en casa, negro obstáculo en su noviazgo, pero, cuando parece liberada, de nuevo la muerte le impondrá reiteradas cortapisas al desarrollo natural de su existencia.

Escenas de La niña de luto

La niña de luto constituye un luminoso documento de aquellos años, tiempos tan remotos hoy que quizá percibamos su trama como una caricatura. Y sin embargo no estaba tan lejos de lo cotidiano en aquella sociedad descrita, que, sobre todo en entornos rurales, seguía exigiendo ese rito colectivo y castigaba con el reproche social a quien no lo observara. El irrepetible Summers, un director brillante, divertido y valiente, siempre a contracorriente de lo políticamente correcto, nos ofreció en esta película una historia mordaz, aparentemente cruel pero cargada de ternura y rebosante de un humor irónico y tierno que era su marca de fábrica. La película, inicialmente pensada como un episodio más para formar un trío en su film anterior, Del rosa al amarillo, acabo siendo rodada de manera independiente y autónoma; sus protagonistas que hasta entonces no habían interpretado papeles principales, encontraron en ella un trampolín a la fama; y el pueblo donde se rodó y muchos de cuyos habitantes participaron en la cinta, sigue celebrando aquella ocasión como  motivo de periódica y regular celebración.

                                                        los Quesnoy

La vida es un largo río tranquilo trata otro tema espinoso, el cambio de identidad entre dos recién nacidos. El motivo, una amante despechada, una enfermera que pretende así vengarse del doctor por el que se siente agraviada y en cuya clínica se han producido los partos; los afectados, dos familias situadas en los extremos de la pirámide social, los Groseille y los Quesnoy, cuyos hijos han nacido el mimo día en la misma clínica y que han sido deliberadamente cambiados en sus cunas. Doce años después, y también como nueva venganza de una segunda afrenta del doctor para con ella, Josette, la enfermera, confiesa su crimen. Las relaciones de esta frívola pareja y sus cambios emocionales sirven así de nexo para la presentación de estas dos familias y sus vicisitudes desde que se descubre el pastel.


                                                                             los Groseille

Este drama contado en clave de humor va desvelando de manera ingeniosa y desenfadada las turbulentas emociones que el sucedido despierta en los diferentes personajes implicados, la manera en que sus vidas se complican, el cúmulo de sensaciones contradictorias que se desatan en su interior… Los Quesnoy, adinerados burgueses, están encorsetados por severas convenciones de clase; los Groseille, pobres de solemnidad, cargados igualmente de prejuicios; cada familia aborda la situación desde sus correspondientes condicionantes vitales. Y no se huye de estereotipos, al contrario, se recurre con gracia a ellos para acentuar con la parodia  situaciones fácilmente reconocibles. Así la familia rica, los Quesnoy, son rancios, devotos y remilgados y la otra, los Groiselle, descaradamente racistas, desordenados, y caóticos. Colocados frente a frente, estos individuos, destinados a desenvolverse en medios que se ignoran, echarán chispas.

Chatilliez nos cuenta con desenvoltura y desenfado su encontronazo, señalando sin piedad el fuerte componente clasista de la sociedad francesa que describe y desvelando con crudeza las hipocresías sociales en medio de la cuales estos seres se desenvuelven.

Escena de La vida es un largo río tranquilo

Una historia tremenda, en fin, que un guion ágil e inteligente despliega ante nuestros ojos, desbordando ironía y suscitándonos constantemente la risa. El reparto sin más caras conocidas que la de Daniel Gelin, intérprete del médico, fue también todo un acierto. Y su carácter de ópera prima convertía la película en un esperanzador descubrimiento, aunque vista en perspectiva su director hasta la fecha no haya conseguido superarla. En cualquier caso, muy bien acogida en su estreno por crítica y público, la película alcanzó cuatro premios César, y hoy día, a pesar del tiempo transcurrido, sigue resultando fresca y divertida.

viernes, 11 de marzo de 2022

La otra generación perdida y el cine

 

Con la expresión generación perdida Gertrud Stein definió a aquellos compatriotas suyos que, nacidos a fines del s. XIX, andaban por Europa en los veinte del veinte; algunos porque habían participado en la Gran Guerra y no habían vuelto a casa todavía, otros porque llegaron inmediatamente después. Y ello porque parecían comportarse como desarraigados. La expresión hizo fortuna y, por extensión, se acabó aplicando a toda aquella promoción de escritores estadounidenses, participaran o no en la contienda y vinieran o no a Europa.

                                  Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald

Ya nos detuvimos en dos de los más famosos componentes de los así denominados: Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald, cuyos patrones de conducta respondían por completo a lo que su amiga Gertrud quería significar: jóvenes desorientados, viviendo en Europa como expatriados y sin ganas de volver a casa. Otros célebres novelistas estadounidenses vinieron también a Europa a luchar entonces en sus campos de batalla como John Dos Passos (1896-1970) y Raymond Chandler (1888-1959); al primero lo asociamos con el cine por su guion para El diablo es una mujer (The Devil is a Woman, Joseph Von Sternberg, 1935), y también por su participación en el de Tierra de España (Spanish Earth, Jorys Ivens, 1937), alegato a favor de la República española. A Chandler, por sus esplendidos guiones para Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1946), La Dalia Azul, (The Blue Dalia, George Marshall, 1946) y Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951, Hitchcock). Y otra joven escritora, Frances Marion (1888-1973), famosa adaptadora y guionista en los tiempos del cine mudo y primeros tiempos del hablado, vino también a Europa como corresponsal de guerra.

                                  Raymond Chandler, Frances Marion, John Dos Passos

Pero fueron muchos más los que se quedaron en América, la otra generación perdida, igualmente interesante o más en cuanto a su relación con el cine. Porque el cine, ese nuevo divertimento, había logrado levantar en Hollywood, un lugarcito de la Costa Oeste, una verdadera industria floreciente que para estos jóvenes escritores ofrecía una nueva y prometedora actividad, la de guionistas, compatible al menos con su condición de novelistas, o tan atractiva como para sumergirse en ella y acabar dedicándole todas sus energías. Y para los no tan interesados en la nueva actividad, al menos una lucrativa fuente de ingresos por la cesión de derechos de adaptación a la pantalla de sus ficciones.

Descartando a Dashiell Hammett, (1894-1961), ya abordado en este blog con mayor amplitud en Helman y Hammett, contamos con todo un ramillete de jóvenes novelistas (John Steinbeck, William Faulkner, William Ridley Burtley, Dorothy Parker...) que escribieron guiones con mayor o menor regularidad y vendieron al cine los derechos de adaptación de algunas de sus novelas.

Para otros, la nueva industria fue su principal medio de vida, trabajando fundamentalmente como guionistas; este fue el caso de Ben Hetch; o como directores también, y así lo hicieron Preston Sturgess o Howard Hawks. Porque el cine, como ya apuntamos, significó para muchos individuos de esta promoción un verdadero descubrimiento, algo que abría un innovador campo de expresión, así que en él centraron sus afanes y a él dedicaron sus esfuerzos y lo mejor de su vida laboral, hasta el extremo de que a algunos les absorbería por completo.

Una rápida mirada sobre los citados, que si no son todos, sí se cuentan seguramente entre los más famosos:

A John Steinbeck (1902-1968), el más joven de ellos, la guerra le pilló todavía adolescente, así que, aunque se le suele enclavar en ella, no sería propiamente miembro de esta generación. Para el cine resultó un guionista de lujo por su colaboración, siendo ya famoso, en el guion de Viva Zapata (Elia Kazan, 1952). Pero su importancia en este medio se debe sobre todo a la frecuencia con que sus novelas se llevaron a la pantalla, algunas con gran éxito, como Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, Ford 1940), La vida es así (Tortilla Flat, Fleming, 1942), Naúfragos (Lifeboats, Hitchcock, 1944), La perla (Emilio Fernández, 1947) o Al este del Edén (East of Eden, Kazan, 195,). Y otras, adaptadas reiteradamente, como De ratones y de hombres (Of Mice and Men) que cuenta con tres versiones hechas en 1962, 1972 y 1992También William Faulkner (1897-1962) era ya un escritor famoso cuando se acerca al cine, y aunque se relacionen con su pluma algunos guiones de películas míticas como Tener y no tener (To Have and Have Not, H. Hawks, 1944) o El sueño eterno (The Big Sleep, H. Hawks, 1946) y figure en otras interesantes como Gunga Din (Stevens, 1939), su experiencia en Hollywood, incapaz de adaptarse a entorno tan ajeno a su manera de ser, no resultó demasiado satisfactoria. Aun así, el cine fue para él un procedimiento alimenticio al que recurriría con cierta frecuencia, bien como guionista o cediendo derechos de adaptación de sus ficciones, muchas de las cuales, como Santuario o El ruido y la furia, se versionaron en la pantalla, si bien no con demasiado acierto.


Otro reputado autor de novelas, en este caso del género negro, William Riley Burnett (1899-1982) trabajó también para el cine en Hollywood como guionista y adaptador, y entre sus obras figuran algunas tan brillantes como Hampa dorada (Little Caesar, Melvin LeRoy 1931) o La jungla del asfalto, (The jungla of asfalt, John Huston, 1959) que resultaron grandes éxitos de pantalla.

Asimismo, Dorothy Parker (1893-1967) una de las plumas más ingeniosas y ácidas de la literatura americana de entreguerras, escribiría para el cine un par de guiones, los de las películas Ha nacido una estrella (W. Wellman 1938) y Una mujer destruida (S. Heiler, 1947).


Y Ben Hetch, (1894-1964) novelista, dramaturgo y periodista que dedicó al cine la mayor parte y lo mejor de su actividad profesional, situándose entre los más exitosos guionistas de Hollywood además del primero en recibir un Oscar por uno de sus trabajos (La ley del Hampa (1927). Vendrían después otros muchos guiones, algunos tan famosos como los que hizo para Scarface  La diligencia, Lo que el viento se llevó, Luna nueva,  Me siento rejuvenecer, El motín de la Bounty, Con faldas y a lo loco y tantas otras películas inolvidables.

También como guionistas trabajaron Howard Hawks (1896-1977) y Preston Sturgess (1898-1959), aunque con el tiempo acabarán siendo más famosos como directores de cine. Raoul Walsh (1887-1980), algo mayor que ellos, en su etapa de cine mudo, se escribía sus guiones. Y tanto Walsh como Hawks, a caballo por su edad entre el cine mudo y el sonoro, supieron reunir, en su manera de hacer, experiencias positivas de ambos procedimientos, enriqueciendo las películas sonoras con formas de narrar a veces muy visuales que gentes que vinieron después ya no sabrían manejar. A todos ellos se deben títulos tan inolvidables como Al rojo vivo y El mundo en sus manos (Walsh); Tener y no tener y Luna Nueva (Hawks); Los viajes de Sullivan y Un marido rico (Sturges), por citar de cada uno sólo dos de las muchas espléndidas obras que dirigieron.

Otra figura cercana pero que como Steinbeck había nacido algo tarde para formar parte de esta generación fue John Huston (1906-1987), que empezó también en el cine escribiendo guiones y acabaría convirtiéndose en uno de los grandes de la dirección cinematográfica: El tesoro de sierra madre, La jungla del asfalto, La reina de África, Moulen Rouge, El Cardenal,  El honor de los Prizzi, Dublineses… se encuentran entre sus títulos inolvidables. 

Estos son en fin algunos de los brillantes estadounidenses de aquella llamada generación perdida y sus aledaños, que por las versiones cinematográficas de sus novelas, sus guiones o la importancia de las películas que dirigieron, tanto peso han alcanzado en la historia del cine. Bien se merecen un recuerdo por lo mucho que a los espectadores nos han enriquecido con sus trabajos y su esfuerzo.

jueves, 17 de febrero de 2022

Teatro en cine

Son infinidad las obras de teatro llevadas a la pantalla, desde los clásicos griegos (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes) y los grandes de las literaturas nacionales (Shakespeare, Lope de Vega, Calderón, Valle Inclán, Chejov, Molière, Pirandello, Ibsen, Tennessee Williams), mundialmente famosos, a comediógrafos muy estimados en sus ámbitos  nacionales pero menos conocidos a escala mundial. Es el caso por ejemplo en España de Buero Vallejo, Jardiel Poncela, Mihura… y otros tantos cuyas obras cuentan con numerosas adaptaciones al cine.


                       Muerte de un viajante (Death of Salesman, Volker Schölodorff, 1985)

Son películas a las que a veces se les acusa de no ser capaces de superar o esconder su procedencia teatral, pero casi siempre gozan del favor del público. Descartando toda la producción de ese verdadero filón que para el cine es Oscar Wilde, porque ya nos ocupamos en este blog de su vida y su obra (La ingeniosa agudeza de Oscar Wilde), seleccionamos algunos títulos estupendos de otros dramaturgos que interesan y mucho a este medio:

Muerte de un viajante (Death of Salesman, Volker Schölondorff, 1985), del estadounidense Arthur Miller, nos cuenta la historia de Willy Loman un veterano viajante de comercio que en su declinar físico siente que toda su vida, la laboral y la familiar, se desmorona por momentos. A punto de perder su trabajo, arruinado, y en mala relación con sus hijos, su existencia se está volviendo un infierno del que no sabe cómo escapar. La película originalmente pensada para televisión, alcanzó un gran éxito en la pantalla grande. Ya existía una realización anterior en cine, la de Laslo Benedek de 1951, con Friedrich Mark como el viajante, pero en esta versión de Schlödorff, director alemán muy avezado en adaptaciones literarias (El tambor de hojalata, El honor perdido de Catharina Blum…), la riqueza de los diálogos, la sobriedad de la puesta en escena y la brillantez de los protagonistas, (un Dustin Hofmann en la que él mismo considera la mejor interpretación de su carrera y un entonces desconocido John Malkovich, verdadera revelación en su papel de hijo del viajante), llevó el drama a alturas poco comunes.

                            Muerte de un viajante (Death of Salesman, Volker Schölodorff, 1985)

Respecto al dramaturgo, Arthur Miller, otras de sus obras han sido también versionadas en cine con buena acogida por parte del público. Ésta figura entre las más reconocidas, pero también merecen ser citadas las adaptaciones de Todos eran mis hijos (All My Sons, Irving Reis, 1948) drama familiar ambientado en la segunda guerra mundial, y Las brujas de Salem (Les sorcières de Salem, Raymond Rouleau, 1957) donde aquel proceso de brujería de 1692 sirve de alegoría para denunciar el macartismo sufrido por la sociedad estadounidense a mediados del siglo XX; ambas también versionadas en televisión.


                      La cena de los idiotas (Le dîner des cons, Francis Veber, 1998),

La cena de los idiotas (Le dîner des cons, Francis Veber, 1998), es una comedia desternillante del propio Veber, que la dirigió también en cine, pues además de comediógrafo es cineasta. Se trata hasta ahora de su mejor película. La trama gira en torno a una broma, bastante sádica y perversa, con la que unos amigos disfrutan en periódicas reuniones a cenar. Consiste en invitar a cada reunión a un personaje elegido por su estupidez y sin que se percate burlarse de él. En esta ocasión uno de los habituales a estas cenas malévolas ha encontrado un personaje que parece responder al requerido perfil de estúpido en grado superlativo y para cerciorarse le cita la víspera en su casa. En ella transcurrirán la acción y el argumento, apoyado en tres regocijantes llamadas telefónicas y en la incursión puntual y sorpresiva de algún otro personaje. En ella también irá evolucionando la trama hacia territorios insospechados.

Una historia sencilla que sirve para desvelar con eficacia arraigados prejuicios, odiosos sentimientos de superioridad, variopintas debilidades humanas… y que, en medio de la risa, nos hace comprender, con sorprendentes novedades y vuelcos en la acción, que las cosas no son tan sencillas como a primera vista parecen.


                                    La cena de los idiotas (Le dîner des cons, Francis Veber, 1998),

Bien contada, la obra acierta con el ritmo y con los actores, espléndidos, en especial Jacques Villeret en su extravagante personaje y Daniel Prévost como el implacable inspector. Una historia que nos muestra la crueldad y la hipocresía de que los humanos podemos llegar a ser capaces, pero en clave de humor, de manera que resulta extremadamente divertida y de paso nos acerca también a problemas que podrían ser fácilmente los nuestros (accidentes caseros, desencuentros con Hacienda, males de amores…), y nos obliga a reflexionar sobre la condición humana.

Y, por último, El método (Marcelo Piñeyro, 2005), basada en El método Groholm de Jordi Galcerán, aunque la película se distancia algo del original teatral, cosa que al dramaturgo le disgustó profundamente, porque además de modificar el final, distorsionaba en cierta medida el mensaje.


                                                El método (Marcelo Piñeyro, 2005)

La película nos coloca, en el contexto actual, a siete personajes encerrados en un espacio reducido y puestos a prueba porque han de competir entre ellos. Se trata de los aspirantes a una plaza de alto standing en una multinacional. Desde las ventanas de elegante edificio en el que aspiran a convertirse en brillantes ejecutivos, contemplan, a la espera de ser seleccionados, el ambiente conflictivo en la calle, donde se desarrolla una airada protesta laboral, aviso a navegantes de cómo el mundo del trabajo no es precisamente una balsa de aceite. De entrada, la empresa exige a los aspirantes su conformidad para someterse a unas pruebas de selección que ellos desconocen. Aunque sorprendidos, todos acceden, y, a partir de ahí, obligados a competir sin límites, se verán sometidos a situaciones estresantes bajo las que saldrán a flote sus peores inclinaciones y sus más bajos instintos. La obra teatral pretende ser una crítica a esta sociedad globalista, competitiva y descarnada, que lleva al individuo a dar lo peor de sí mismo, pero la versión cinematográfica se centra más en la psicología de los personajes y el estallido de sus pasiones más recónditas; el juego perverso al que se ven sometidos genera en ellos un estado de paranoia que les hace luchar hasta grados salvajes, y la película desarrolla más esta faceta que la de crítica social subrayada por el libreto teatral.


                                                     El método (Marcelo Piñeyro, 2005)

El resultado, en cualquier caso, muy estimable. Partiendo de un buen guion se logró una historia excelente, contada con la frialdad requerida y bien interpretada por un ramillete de actores a la altura de la narración.

jueves, 27 de enero de 2022

Hemingway y el cine

Hemingway, Fitzgerald, Dos Passos... constituyen un grupo de escritores estadounidenses que Gertrud Stein bautizó como generación perdida. Con verdadero acierto, ya que formaban parte de la promoción de jóvenes que la estúpida guerra del año 14 sacrificó. Una guerra por lo demás europea en la que vinieron a morir tantos soldados americanos.

   

Ernest Hemingway

Ellos también participaron en la contienda, o lo intentaron, que Fitzgerald no pasó del campo de entrenamiento. Pero Hemingway y Dos Passos estuvieron en el frente y de sus vivencias de entonces dejaron constancia en memorias, novelas y cuentos. Gerturd Stein en realidad sólo se refería a los supervivientes, en alusión al desconcierto y desorientación que en la inmediata postguerra demostraron. Y más concretamente pretendía señalar al grupo de escritores estadounidenses que vivieron en París en su inmediata postguerra y principalmente a Hemingway y a Fitzgerald, aludiendo a su estilo de vida y a su visión del mundo según lo reflejaron entonces en sus escritos, comportándose, al igual que la propia Gertrud, como expatriados. Especialmente Hemingway que seguiría toda su vida vagando por el mundo, aunque volviendo cíclicamente a sus raíces. Pero fue el propio Hemingway, al utilizarlo en 1926 en el epígrafe de su novela Fiesta, quien popularizó el término que tan bien parece retratarlos, tanto a él como al Fitzgerald de los años veinte.

De la proyección que el propio Fitzgerald y sus novelas tuvieron en la pantalla, así como de su faceta de guionista de Hollywood, nos ocupamos anteriormente en este blog, en el apartado Scott Fitzgerald  y su gran Gatsby Ahora el foco de atención será Hemingway y la forma en que el cine se ha venido interesando tanto por sus obras como por su persona. 

A diferencia de Fitzgerald, Hemingway no llegó a escribir guiones para el cine, con excepción del utilizado en Tierra de España (Joris Ivens, 1937), documental realizado durante nuestra guerra civil en ayuda de la República Española, en el que intervino en comandita con otros escritores como Dos Passos y Lillian Hellman entre otros. Su vinculación con el cine procede de las muchas filmaciones que autorizó de sus narraciones.

Adios a las armas (A farewell to arms, Franz Borzage, 1932) 

La primera de sus historias llevada al cine y con gran éxito fue la novela Adiós a las armas (A Farewell to Arms), que recogía sus primeras vivencias de guerra. La realizó, bajo el mismo título, Franz Borzage en 1932. Se trata de un conmovedor drama romántico sobre los amores de un soldado americano (un joven Gary Cooper, todo un icono ya entonces) y una enfermera inglesa en el Milán de la Gran Guerra. La novela se volvería a llevar al cine en otras dos ocasiones, en 1951, por Michael Curtiz y en 1957 por King Vidor, en ambos casos con alto grado de aceptación.

Menos suerte tuvo Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell Tolls, Sam Wood, 1943) sobre su experiencia en la guerra española, que, a pesar de contar con dos grandes estrellas como Gary Cooper e Ingrid Bergman encabezando el reparto, resultó una historieta de cartón piedra nada convincente en su penosa y tópica ambientación de aquella España en guerra.

Tener y no tener (To Have and Have Not, Howard Hawks, 1944)

En cambio completamente rompedora resultó la primera versión de su relato Tener y no tener (To Have and Have Not, Howard Hawks, 1944), una entretenida historia de seducción entre un tipo duro (Bogart) y una joven misteriosa (Bacall), en un marco de aventura y peligro, desarrollada sobre la base de un guion rebosante de ingeniosos diálogos, cargados de doble sentido, y con una puesta en escena brillante en la línea de Casablanca, estrenada poco antes con gran fortuna. Este mismo relato de Hemingway, que para nada figura entre los mejores, daría lugar a otros dos buenos ejemplos de cine negro, The Breaking Point (Michael Curtiz, 1950) y Balas de contrabando (The Good Runners, Don Siegel, 1958).

Tener y no tener (To Have and Have Not, Howard Hawks, 1944)

De su cuento The Killers se hicieron también dos versiones, una primera fascinante, Forajidos (The Killers, Siodmak, 1946), verdadera joya del cine negro y, bastante después, otra también excelente, Código del hampa (The Killers, Siegel, 1964).

Escena de Forajidos

En la primera ese tándem formado por Burt Lancaster, en su debut, y Ava Gardner, en el esplendor de su belleza, no puede funcionar mejor, arropados además por una estética expresionista con fuertes contrastes de luces y sombras que subrayan lo tenebroso e inquietante de la trama.

Forajidos (The Killers, Siodmak, 1946)

En la segunda, donde Lee Marvin compone uno de sus estupendos malos malísimos, el resultado fue muy celebrado, hasta el punto de que, aunque Donald Siegel la había rodado para televisión, funcionó tan bien en la pantalla grande que acabaría convirtiéndose en todo un clásico del cine negro. 

       
Código del hampa (The Killers, Siegel, 1964)

Alexander Korda adapta otro de sus relatos, The Macomber Affaire, bajo el título Pasión en la selva (1947), que abre todo un género de aventuras africanas, senda por la que discurrirían en la década siguiente Mogambo, La reina de África, Las minas del rey Salomón… un filón que sigue dando frutos, algunos tan brillantes como fueron aquellas Memorias de África que nos contara Sidney Pollack, en 1985.

Las nieves del Kilimanjaro

En 1950 Negulesco realiza Venganza del destino (Under my Skin), basado en otro de sus relatos, My Old Man. Y en 1952, sobre una de sus novelas más famosas y con África de nuevo como telón de fondo, Henry King estrena Las nieves del Kilimanjaro (The Snows of Kilimanjaro), donde el protagonista, herido en una cacería y perdido en medio del continente africano, recuerda sus anteriores viajes por Francia y España, rememorando su pasado de fracasos y lamentando su difícil presente. Un personaje cosmopolita que responde fielmente al perfil de la generación perdida.

 Las nieves del Kilimanjaro (The Snows of Kilimanjaro, Henry King, 1952)

Ese retrato generacional de americanos vagando sin rumbo por el mundo en pos de emociones fuertes que den sentido a su vida, como si todo estuviera a punto de estallar, se hace aún más nítido en Fiesta (Henry King, 1957). Contó la película con un plantel de estrellas famosísimas y reflejaba justo ese ambiente de postguerra y ese estado de ánimo que era el del propio Hemingway.

En El viejo y el mar, quizá su obra más leída, se tocan otros tipos de temas: la lucha por la vida, la soledad, la amistad, la lealtad… un montón de emociones y valores condensadas por Hemingway en un relato corto, que en cine cristalizó en una exitosa película de Preston Sturgess. La película supuso para Dimitri Tiomkin el Oscar de Hollywood por su música y una nominación como mejor actor para Spencer Tracy por su interpretación. Existe una segunda versión, también interesante, realizada para televisión por Jud Taylor en 1990, con un talentoso Anthony Quinn como el viejo pescador.

 El viejo y el mar (The Oldman and the Sea, Preston Sturgess, 1958)

Desde fines del siglo veinte ha sido su persona más que su obra la que ha concitado mayor interés por parte del cine, dando lugar a diferentes series y películas sobre su vida en general o sobre diferentes aspectos de ella. Contamos en primer lugar con dos biografías realizadas en 1988: una miniserie para televisión de Bernhard Sinkel, Hemingway,  y una película de José María Sánchez, Hemingway, fiesta y muerte. Casi  una década después, en 1996, Richard Attenborough nos cuenta su romance con aquella enfermera inglesa que Hemingway noveló en Adios a las Armas, en una película algo almibarada que tituló En el  amor y en la guerra.  En 1998 Sergio Dow realiza Hemingway, The Hunter of Death, un episodio poco conocido de la vida del famoso escritor, ambientado en Kenia, donde sucedió, y con Albert Finney como protagonista. Y por último, en 2003 aparece una nueva miniserie de televisión Hemingway Vs Callahan, esta vez sobre cierto suceso puntual en su biografía, anécdota referente a un combate de boxeo celebrado entre ellos, Hemingway y Callahan, viejos amigos, en un reencuentro acaecido en aquella Francia de postguerra, donde tantos escritores americanos coincidieron entonces.

Y vendrán más, porque tanto sus historias como su vida aventurera sin duda pueden dar mucho juego en este medio.