Estuvo muy de
moda en la Italia de los años 60 y muchos de los grandes de entonces realizaron en ocasiones estas películas de historias cortas (De Sica, Visconti, Fellini, Monicelli, Dino Risi…). Pero no solo los italianos, también otros directores
europeos, los franceses o los nuestros sin ir más lejos, probarían fortuna con
este género.
Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi en Monstros de hoy (I mostri, Dino Risi, 1963) |
Ya
existían antes ejemplos de este tipo de cine que parece surgir con la
postguerra: se trata de contar en poco tiempo diferentes historias que lo único
que suelen tener en común es la frescura de sus planteamientos. Suelen ser
críticas con las conductas sociales, sarcásticas a veces, irónicas y divertidas
siempre. Y a menudo conforman un mosaico de personajes y situaciones donde los
espectadores reconocen fácilmente los fallos de su sociedad o las debilidades
de la condición humana, pero siempre desde una óptica festiva que huye de la
moralina más o menos solemne y trascendente.
Otra
cosa también tuvieron desde el principio en común, el talento de sus autores: directores,
guionistas, intérpretes… lo que convierte su visionado en una verdadera fiesta.
Autores como De Sica, Visconti o Fellini en la realización, Zavattini o Italo Calvino
en el guión, y la presencia de un plantel de actores consagrados: Sofía Loren,
Marcello Mastroiani, Ana Magnani entre los italianos, Jean Gabin, Daniele
Darrieux o Gérard Philipe entre los franceses; José Isbert, Fernán Gómez y
Toni Leblanc entre los nuestros Y tantos otros que podríamos citar, empezando
por ese mano a mano entre Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi en la divertidísima Monstruos de hoy. O de Antonio Vico e
Irene Caba en el estupendo episodio de La
ironía del dinero que ellos defienden.
También los directores y guionistas
se encuentran entre lo más granado de las cinematografías francesa y española;
valgan Marcel Ophuls, austríaco nacionalizado francés, o nuestro Edgard Neville para acreditarlo.
Antonio Vico e Irene Cava en La ironía del dinero, Edgard Neville, 1957)
Las
francesas La ronda (La ronde, Ophuls, 1950) y El placer (Le plaisir, Ophuls, 1953), la italiana El oro de Nápoles (L’oro di
Napoli, De Sica, 1953), las españolas Historias
de la radio (Sáenz de Heredia, 1956) o La
ironía del dinero (Neville, 1957) son buenos ejemplos de estas primeras
películas de episodios. Pero es la década de los sesenta del cine italiano la
que registra el apogeo del género. Películas como Boccacio 70, (1962, Monicelli, Fellini, Visconti y De Sica); Monstruos
de hoy, (I mostri, Dino Risi,
1963); Ayer hoy y mañana, (Ieri,
Oggi, Domani, De Sica, 1964); Amor y
rabia (Amore e rabbia, Pasolini,
Bellochio, Bertolucci… 1969) hicieron las delicias del público, no sólo de Italia,
también de todos aquellos países donde se proyectaron.
La
cosa tendría su continuación pero, sin alcanzar la gracia y frescura de éstas obras, la fórmula acabaría marchitándose para renacer de tarde en tarde con algún
título espléndido en lugares dispares.
Este
es el caso de tres películas en las que proyectar ahora el foco de atención: la
estadounidense Historias de Nueva York (1989),
la española Ataque verbal (1999), y la argentina Relatos salvajes (2014).
La
primera, Historias de Nueva York, está
compuesta por tres relatos cortos dirigidos respectivamente por Martin
Scorsese, Apuntes al natural (Life Lessons); Francis Ford Coppola, Vida sin Zoe (Life Without Zoe); y Woody Allen, Edipo Reprimido (Oedipus
Wrecks).
En
la primera Scorsese nos cuenta la conflictiva vida y habituales peleas de una
pareja compuesta por un pintor egocéntrico y su ayudante, una joven
insatisfecha en su doble relación, amorosa y profesional, con el artista. En la
segunda, Coppola desarrolla el día a día de una niña alegre y divertida,
creciendo y madurando en un lujoso apartamento en la compañía casi única de los
criados, que sus padres brillan casi siempre por su ausencia. Y la tercera
desarrolla un complejo de Edipo en versión neoyorkina.
Entretenidas
las dos primeras, la trama de la tercera no puede ser más divertida y genial y
nos descubre un Woody Allen en estado puro. En ella, asistimos a la atormentada
peripecia sufrida por un hombre talludito, abogado cincuentón, fatalmente dominado
por su madre. Una madre omnipresente en su vida hasta el punto de que su imagen
acabará tomando forma corpórea en el cielo de Nueva York para pregonar desde
esas alturas las debilidades de su hijo. Y esta presencia persecutoria e
insoslayable de la madre dominadora plasmada de una manera tan ocurrente y
regocijante es uno de esos rasgos de ingenio únicos e impagables en la obra de
Woody Allen. La historia por otra parte parece contener todas las constantes de
su cine: la ciudad de Nueva York, tan presente en sus películas, el
psicoanálisis, la familia judía, los conflictos de pareja, la magia y su choque
con lo racional… todo ello perfectamente amalgamado en un argumento disparatado
y un punto surrealista que funciona a la perfección.
Edipo Reprimido, (Oedipus Wrecks, Woody Allen, 1989).
Roberto Álvarez y Adriana Ozores en Ataque verbal, (Albaladejo, 1999) |
La
española Ataque Verbal, dirigida en
1999 por Miguel Albaladejo, resulta también muy fresca y graciosa en sus siete episodios.
Pero si hubiera que destacar alguno, tal vez fuera el de esa viuda que insiste
en visitar al enfermo salvado por un trasplante de hígado (el hígado de su
difunto esposo) para continuar su imposible diálogo con el finado. Espléndidos,
Adriana Ozores y su oponente, Roberto Álvarez, en este relato tan
desternillante.
Pero también las otras seis historias están llenas de gracia: desde la que abre la serie, una pareja de amigos treintañeros enredados en una charla de impredecible final, hasta el diálogo entre esas dos pintorescas empleadas de limpieza que cierra el conjunto. Pasando desde luego por la maligna visita de Susi a su amiga Virgi, convaleciente de un atropello; o por las confidencias nocturnas entre esos dos monitores de boy scouts, recogidos en su tienda de campaña. Y también la conversación telefónica entre el ejecutivo al que no le llega agua a su vivienda y la empleada de la empresa responsable del aprovisionamiento. Todos ellos episodios debidos a la pluma ágil y fluida de Elvira Lindo en uno de sus mejores momentos creativos. No es lo único que hicieron juntos, La primera noche de mi vida (1998) y Manolito Gafotas (1999) son también productos notables del trabajo de ambos en comandita; lástima que hasta ahora no hayan vuelto a repetir.
Pero también las otras seis historias están llenas de gracia: desde la que abre la serie, una pareja de amigos treintañeros enredados en una charla de impredecible final, hasta el diálogo entre esas dos pintorescas empleadas de limpieza que cierra el conjunto. Pasando desde luego por la maligna visita de Susi a su amiga Virgi, convaleciente de un atropello; o por las confidencias nocturnas entre esos dos monitores de boy scouts, recogidos en su tienda de campaña. Y también la conversación telefónica entre el ejecutivo al que no le llega agua a su vivienda y la empleada de la empresa responsable del aprovisionamiento. Todos ellos episodios debidos a la pluma ágil y fluida de Elvira Lindo en uno de sus mejores momentos creativos. No es lo único que hicieron juntos, La primera noche de mi vida (1998) y Manolito Gafotas (1999) son también productos notables del trabajo de ambos en comandita; lástima que hasta ahora no hayan vuelto a repetir.
Y
por último, Relatos salvajes,
película argentina realizada por Daniel Szifron en 2014, que, como anuncia su
título, desarrolla una serie de historias breves de singular violencia. Aunque
estupendos también en su conjunto, los episodios se muestran más desiguales en
sus resultados. Los argumentos, que van de la tragicomedia a la intriga, narran
una serie de sucesos bárbaros contados con tales dosis de humor negro que
alcanzan a veces perfiles extremadamente crueles. Sus personajes, ciudadanos
aparentemente pacíficos, se verán llevados por acontecimientos frustrantes de
la vida cotidiana a situaciones tan límites que les harán explotar en
reacciones iracundas de resultados descomunales y disparatados. Realizada con
talento e ingenio, cuenta además con un estupendo reparto, un ramillete de
actores argentinos soberbios entre los que figuran algunos muy conocidos en
nuestro cine como Ricardo Darín, Darío Sanguineti o Leonardo Sbaraglia.
Recapitulando, no está mal esta idea de contarnos distintas historietas independientes en una misma película, a juzgar por el número de buenos resultados así obtenidos. No se ha hecho demasiado, pero resulta interesante que de vez en cuando prueben los cineastas este juego, ya sea a título individual, como ejercicio de estilo, o bien para compartir marco con otros directores.
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