Entraron
con fuerza las series de televisión y tuvieron desde los primeros años una muy
buena acogida; probablemente en todas partes, pero en España, desde luego. Y
además, las primeras se veían favorecidas por el hecho de que entonces sólo
había dos cadenas, de manera que casi todo el mundo seguía la misma
programación y la situación se prestaba para que cada día comentara la gente el
episodio de la noche anterior como un asunto de todos.
Los Soprano |
Entre nosotros dejaron
fuerte impronta algunas series de producción propia como Fortunata y Jacinta (1980) o
Los gozos y las sombras (1982), así como otras extranjeras, especialmente
las firmadas por la BBC, las más valoradas, como Upstairs, Downstairs (1971-1975) o Yo Claudio (1976) Y ello por no remontarnos más atrás recordando aquella
inefable Los intocables (The
Untouchables, 1959-1963) que la televisión española proyectara allá por sus
primeros balbuceos.
En la actualidad las
series arrasan. Y tal vez no sea exagerado afirmar que están arrinconando al
cine tradicional. Diferentes plataformas lanzan sus propuestas, algunas de las
cuales quizá ni llegarán a la gran pantalla y desde luego todas se estrenarán
antes en televisión. Y además se están produciendo series de gran calidad
hechas con extremo cuidado y a veces sin escatimar fondos, lo cual en películas
pensadas para las salas expositoras es menos frecuente.
Pero hay un punto de
inflexión en esta valoración de las series que parece casi coincidir con el
cambio de siglo. Nos referimos a la aparición de los Soprano, historia de una familia de mafiosos ambientada en New
Jersey.
El argumento bebía
mucho del éxito arrollador que el cine de gánsteres alcanzara en las décadas
anteriores con la trilogía de El padrino
de Francis Ford Coppola (1972, 1974, 1990), con El
precio del poder, (Scarface, 1983)
de Brian de Palma, con Sangre fácil (Blood Simple, 1984) de Joel Coen o con la película de Martin Scorsese, Uno de los nuestros, (Goodfellas, 1990); no las únicas, pero tal
vez las más emblemáticas de este género. Claro que éstas a su vez recuperaban
desde su propia óptica el soberbio cine de gánsteres de los años treinta y
cuarenta (William Welmann: El enemigo
público -The public enemy- 1931; Howard Hawks: Cara Cortada –Scarface-,1932; Raoul Walsh : Al rojo vivo -White Heat- 1949). Así que cada tanto este género
parece regresar para dar frutos espectaculares.
Con Los Soprano se vuelve al formato
televisivo, el de aquellas historias seriadas de los primeros sesenta,
historias sobre la mafia, como la antes citada Los intocables (The
untouchables: 118 episodios de 50 minutos de duración desarrollados en
cuatro temporadas entre 1959-1963). Y esta vez con una realización muy cuidada,
tramas muy complejas, llenas de pliegues y matices, y aportando una visión
insólita del criminal.
James Gandolfini como Tony Soprano en The Sopranos |
Este enfoque tan
inesperado hace que el argumento se desarrolle desde perspectivas asombrosas.
Pero no es el único éxito de la serie. Es que todo en ella es genial empezando
por el guión. La trama responde a un trabajo de equipo, ya que son varios los
escritores que participaron en ella, aunque bajo un guionista jefe, David Chase,
verdadero responsable de la idea nuclear y del perfil del protagonista, tan
distanciado de todo lo anterior. Porque de entrada el protagonista es un
reflejo distorsionado de estos malvados que siempre el cine ha elevado a la
categoría de héroes. Él, por el contrario, es un tipo prosaico sin una gota de glamour, un individuo de aspecto vulgar que
se ha limitado a continuar con el negocio de su padre y cuyas aspiraciones no
pasan de querer modernizar la empresa familiar, aggiornando los procedimientos que juzga anticuados en su oficio.
El reparto está muy
bien elegido, moviéndose entre buenos actores, pero no demasiado conocidos, lo
que resulta otro gran acierto de la serie. Y también la música está
brillantemente seleccionada, desde el tema de apertura, que siempre se repite, a
las diferentes canciones que suenan a lo largo de la serie, a veces de manera
continuada o asociada a algún personaje en particular.
Los directores que
participaron en la realización tenían experiencia previa en la dirección de
series o en el cine independiente y muchos de ellos repitieron en diferentes
momentos a lo largo de los distintos años por los que se extendió la
producción. Constó de 86 episodios de una hora de duración distribuidos en seis
temporadas, la última dividida en dos partes. Se realizó entre los años 1999 y
2007.
Los críticos siempre le
fueron muy favorables, desde los primeros momentos, llegando a conceptuarla como la mejor serie de televisión
de la historia. Por otra parte la gran difusión internacional alcanzada acentuó
su condición de serie mundialmente reconocida.
Los
Soprano además allanaría mucho el camino a las series que vinieran
después, generando ya cierta adicción a este tipo de productos. Así sucedió con
Mad Men estrenada en 2007, como si
tomara el relevo, y que se extendería en 7 temporadas de 13 episodios cada una
hasta 2014.
Mad Men se estructuraba
también como narración de los avatares de un grupo de interesantes secundarios
que giran en torno a un personaje principal, en este caso, al misterioso
ejecutivo Don Draper. Individuos complejos todos ellos, que no pretenden en
ningún caso gustar al espectador, sino reflejar unas vidas creíbles, obviamente
marcadas por sus circunstancias y su momento.
Aquí no se habla de
crímenes; el mundo de la publicidad es el entorno elegido y los neoyorquinos
años sesenta su contexto. Seres aparentemente cortados por un mismo patrón, que
trabajan en rascacielos, visten elegantemente, fuman y beben con compulsión y
esconden sus miserias y sus prejuicios bajo una estética pulcra y estilosa de
lujosa apariencia. Los personajes están bien escritos y los objetos
cuidadosamente seleccionados para que todos nos den la clave de una época, la
que la serie nos retrata. Y luego están los acontecimientos históricos que se
cuelan en la trama de refilón, para ayudarnos a entender el mundo y las
conductas de esos individuos a cuyo día a día asistimos. Toda un gama de
prejuicios, de los que participan o se defienden como pueden, están ahí, suavemente
insinuados o marcados con fuerza: racismo, hipocresía, machismo, represión
sexual, mentiras…
Jon Hamm como Don Draper en Mad Men |
Una serie de excelente
factura que deslumbra desde sus maravillosos títulos de crédito, con un grafismo que nos recuerda presentaciones de películas de los años cincuenta (Anatomía de un asesinato -Anatomy of a murder-, 1959, de Preminger
o cualquier Hitchcock, por ejemplo). Y a partir de ahí, llena de hallazgos y
aciertos que la convierten en otra de las mejores series producidas hasta hoy.
Claro que luego se siguieron haciendo muchas soberbias que están en la mente de todos.
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