"Bond, mi nombre es James Bond"
Cuando Ian Fleming en 1953 creó este personaje, un agente con licencia para matar, seguro que no pudo sospechar que traería tanta cola.
Apareció
ya en su primera novela Casino Royale y continuaría haciéndolo a lo largo de las doce posteriores y de sus dos
colecciones de cuentos. Pero además, exitoso desde el principio, el personaje
no se agota en su creador, que otros muchos escritores han seguido novelando
aventuras de Bond e incluso alguno se ha atrevido a contarnos su primera
juventud. Pero ha sido sin duda el cine quien ha acabado de catapultarlo a la
fama.
Veintiséis películas se han hecho hasta hoy del Agente 007, y más de ocho
actores han encarnado sucesivamente a este singular espía. Por lo demás, su
figura ha propiciado ríos de tinta y hasta se le ha dedicado un día: el 5 de
octubre. También un asteroide ha sido bautizado con su nombre. ¿Se puede pedir
más?...
El
personaje nace como uno de tantos productos de la guerra fría. Su creador
confiesa haberse inspirado en la inquietante figura de Porfirio Rubirosa, un diplomático dominicano representante del régimen de Trujillo, jugador de polo, piloto
de carreras y playboy internacional, mundialmente conocido y celebrado en los escenarios más cosmopolitas durante los años cuarenta y cincuenta
del siglo pasado. Fleming crea este su personaje en 1952, también sin duda con
componentes de su propia personalidad. Rubirosa, él mismo, y alguno más servirán
de modelo para perfilar su apariencia física y sus maneras de hombre cortés, educado y
sofisticado. Bond habría venido al mundo en los veinte del veinte, de padre
inglés y madre suiza, se habría educado fundamentalmente en Eton y sus
aventuras sucederían a mediados de siglo, siendo un treintañero alto, esbelto,
atractivo, valiente y seductor. Fumador empedernido y amante de la buena mesa
también, aunque en el cine estas dos últimas facetas irán cambiando o
atenuándose con el paso del tiempo para adaptarse a lo socialmente correcto en cada momento.
|
Reencarnaciones en cine del agente 007 |
En
1954, con autorización de su creador, aparece puntualmente el personaje
(interpretado por Barry Nelson) en un capítulo de la serie americana Climax,
precisamente el titulado Casino Royale, pero
su verdadero lanzamiento en la pantalla comenzará con Sean Connery encarnándolo
en una primera entrega de películas de EONS Production, que despuntan con Agente 007 contra el Dr. No, (Dr. No, Terence Young) realizada en 1962 y seguirían hasta La espía que me amó, (The Spy Who
Loved Me, Gilbert) de
1977. Roger Moore tomará luego el testigo y, como los actores envejecen pero el
personaje no, a éste seguirán toda una saga de nuevos intérpretes de las
siguientes generaciones, cogiendo el relevo: Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel
Craig y encarnándolo sucesivamente en toda una gradual relación de películas que llegan
hasta hoy mismo. Sin tiempo para morir
(No Time to Die, 2020) de Jim
Jarmusch constituye por el momento la última de este rosario de más de una
veintena de títulos, siempre de la misma productora, a los que habría que
añadir algún otro ajeno a la casa como Casino
Royale (Huston, 1967), donde David Niven parodia con eficacia al mítico
personaje.
|
John Le Carré en su casa de Mallorca en octubre de 2019 |
Otro
referente fundamental para el cine de espías es sin duda el escritor John Le
Carré, en activo aún a sus 88 años, quien, aunque últimamente ha modernizado
sus temas para adaptarse a la compleja realidad internacional actual, en la
mayor parte de las veinticinco novelas publicadas hasta hoy ha desarrollado tramas ambientadas
en la guerra fría. También en sus cuentos y relatos cortos. Y siempre, en cualquier
caso, nos ha narrado asuntos de espionaje, muchos de ellos llevados al cine y a la televisión.
El
primero, El espía que surgió del frío (The
Spy Who Came In from the Cold, Martin Ritt, 1965) perfilaba ya la tónica de
su visión realista del tema, desmarcándose de la imagen estándar de malos
malísimos y chicas espectaculares a las que las ficciones de James Bond había acostumbrado al público, para enfrentarle con una realidad más cruda, gris, fría y
solitaria de la figura del agente secreto.
John
Le Carre obliga a sus lectores a poner los pies en la tierra para acercarse a individuos más
creíbles que los de Ian Fleming. Espía confeso él mismo como otros dos espléndidos
escritores británicos, Somerset Maugam y Graham Greene, cuenta al igual que
ellos con un conocimiento de primera mano del mundo que describe.
|
Cartel anunciador de Llamada para un muerto (The Deadly Affair, Lumet, 1967)
|
Su
siguiente novela adaptada al cine Llamada para un muerto (The Deadly Affair, Lumet, 1967) fue realizada, con el mismo título y resultados brillantes
por Sidney Lumet. Con James Mason, Simone Signoret y Maximilliam Schell,
soberbios en sus trabajos, el director logra recrear con brillantez en la
pantalla esa historia melancólica, desengañada y por momentos trágica de
agentes secretos cansados ya de su oficio, que John Le Carré desvelaba en su obra.
El espejo de los
espías (The Looking Glass War, Pierson, 1970),
La
chica del tambor
(The Little Drummer Girl, Roy
Hill,1984), La casa Rusia (The Russia House, Schepisi, 1990), El sastre de Panamá, (The Tailor of Panama, Boorman, 2001), El jardinero fiel, (The Constant Gardener, Meirelles, 2005), El topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, Alfredson,
2011), El hombre más buscado (A Most Wanted Man, Corbijn, 2014), y Un traidor como los nuestros, (Our Kind of Traitor, White, 2016) son
otras tantas películas realizadas hasta hoy a partir de sus novelas. Todas
estupendas también. Y en casi todas predomina una mirada desencantada sobre individuos
egoístas e insensibles, preocupados solo por sus propios intereses; moviéndose
en esa atmósfera de traiciones personales y políticas, de corrupción y de doble
moral, y, en fin, sobre toda la complejidad de un oficio con muchas sombras por
él lucidamente desmitificado.
https://www.youtube.com/watch?v=TaEE68g-qLU
Recapitulando,
el espionaje es actividad tan antigua que se pierde en la noche de los tiempos,
pero su reflejo literario, con honrosos precedentes, se sitúa más bien a partir
del siglo XIX, con la aparición de las Agencias de Información. Ya señalamos al
mencionar a Somerset Maugham y Graham Greene cómo con la segunda guerra mundial
empiezan a surgir relatos escritos por antiguos agentes secretos. O, más
recientemente podríamos referirnos el norteamericano Charles Cumming.
El
caso es que desde mediados del siglo veinte el género, ya sólido con numerosos
escritores de relieve cultivándolo, no hace más que extenderse por Europa y
América. Nos hemos centrado en uno de sus momentos de esplendor; aquel en que
el inicial predominio británico se consolida con estos dos novelistas de
difusión internacional, Fleming y Le Carré. Vendrían después escritores tan famosos como Frederick Forsyth y Ken Follet, a mantener esa hegemonía para ceder
luego el testigo a novelistas en lengua inglesa del otro lado del Atlántico,
como Noel Ben, Trevanian, Donald Hamilton, Robert Littell, Tom Clancy, Norman
Mailer… y tantos otros, muchas de cuyas novelas se adaptaron al cine, sobre
todo las de Clancy (La caza del octubre rojo, Juego de patriotas, Peligro inminente, Pánico nuclear...), pero también de Mailer (El
fantasma de Harlot), Grady (Los 6
días del cóndor), Alan Furst (El
oficial polaco)… Al tiempo que fuera del mundo anglosajón van proliferando nuevos
títulos a cargo de escritores de primera fila narrando historias de espías en
sus diferentes lenguas. Por poner solo un ejemplo, la lengua española, se constata que en ella han abordado el género novelistas de la talla de Javier
Marías, Pérez Reverte y una veintena larga de otros estupendos escritores, esto solo en España, también llevados a la pantalla en diferentes
ocasiones. Y en esta última década empiezan a publicar novelas de espías además diferentes narradores iberoamericanos. El chileno Roberto Ampuero, el peruano
Alejandro Neyra o el venezolano Juan Carlos Méndez Guédez son algunos de ellos, ampliando el marco de la novela de espías a todo el continente americano.
Pero
tal vez lo más interesante sea comprobar más allá de su extensión geográfica y
su incorporación a diferentes lenguas, literaturas y cinematografías nacionales,
que también, en qué manera un género que había sido lanzado como de puro
entretenimiento va evolucionando hacia análisis más profundos y de mayor carga
crítica.