miércoles, 22 de agosto de 2012

Vidas de músicos y cantantes

Que en la biografía encuentra el cine un verdadero filón de temas ya quedó anteriormente ejemplificado con algunas excelentes películas sobre las vidas de diversos pintores consagrados.
Podría haber sido cualquier otro el campo de la actividad humana elegido, porque abundan las historias de interés bien llevadas al cine: vidas de escritoras, (Memorias de África,Sidney Pollack, 1985; Las hermanas Bronte, André Techiné, 1979); o de criminales (Scarface, Howard  Hawks, 1932; Bonnie and CLyde, Arthur Penn, 1967). De toreros, (Belmonte, Juan Bollaín 1995); o de aventureras (Lola Montes, Max Ophuls, 1955). Vidas de políticos, (Le promeneur du Champ du Mars -Presidente Miterrand, Robert Guediguian, 2005; John Adams, Tom Hooper, 2008) o de bailarinas (Isadora, Karel Reisz, 1968)... En fin, es inacabable el muestrario de actividades, benéficas o maléficas, en que algunos se han destacado del común de los mortales y cuyas peripecias vitales hemos revivido en pantalla.

Quizá resulte interesante insistir en esta fuente y dirigir ahora la mirada al mundo de la música para contemplar a personajes que han brillado en ella tanto en la interpretación vocal o instrumental como en la composición.

La vida de un cantante es lo que nos cuenta la primera historia seleccionada, Gayarre, película dirigida por Domingo Viladomat en 1959, que tiene el encanto de ofrecernos a un jovencísimo Alfredo Krauss dando vida a aquel magnífico tenor que alumbró la música española de la segunda mitad de XIX, Julián Gayarre. Esta discreta realización sin grandes pretensiones se convierte hoy en todo un documento sentimental para quienquiera que siga añorando la maravillosa presencia de aquel genio de la lírica que fue Alfredo Krauss. Verlo aquí, casi en los inicios de su carrera, es un privilegio que nos ayuda a pasar por alto los resabios patrioteriles de casticismo rancio que se cuelan en el guión, tan consustanciales, por otra parte, a la época en que se rodó. No es la única película sobre la vida de Gayarre; Forqué volvería sobre el personaje en 1986 con su Romanza final, donde encontramos a José Carreras encarnando al tenor navarro, acompañado en el reparto nada menos que por Montserrat Caballé.

De factura más cuidada, pero desilusionante en sus resultados Callas for ever es un homenaje que Zeffirelli, gran director artístico de óperas, quiso rendir a María Callas, a quien conoció, trató, apreció y dirigió en diversas ocasiones. Estrenada en 2002, se trata de una ficción  ambientada en los últimos años de la vida de la cantante, cuando ya ha perdido la voz y parece interesarse en actividades complementarias. Con un reparto de primera y una buena realización, esta fantasía histórica no logra sin embargo emocionar al espectador.

Tal vez injustamente olvidada, Song without end (Sueño de Amor, 1960), que Charles Vidor comenzara a dirigir y Georges Cukor finalizara tras la muerte del primero, nos muestra algunos momentos de la vida del compositor húngaro Franz Liszt, deteniéndose especialmente en sus amores y en su condición de virtuoso del piano. Maravillosamente interpretada por Dirk Bogarde, que nos ofrece una acabada estampa de seductor músico romántico, fue una película que gozó en su momento de gran éxito de público y obtuvo el Oscar a la mejor banda sonora.

Mucho más cercana en el tiempo, La vida de Verdi es una serie dirigida con oficio en 1982 para la televisión italiana por Renato Castellani. En elIa se reconstruye a lo largo de ocho capítulos la peripecia vital de este enorme compositor, genio indiscutido e indiscutible de la ópera. La serie, bien ambientada, bien interpretada y narrada sin fisuras, capta la atención del espectador y logra mantener su interés en todo su desarrollo.

También digna de mención resulta Inmortal beloved, (Amor inmortal), dirigida por Bernard Rose en 1994, que nos muestra diferentes momentos de la vida de Beethoven: aspectos de su infancia, pleitos familiares, la aparición de la sordera y el sufrimiento que le ocasiona... todo ello acompañando al núcleo central de la trama que gira en torno a la búsqueda de una misteriosa mujer, que a la muerte de Beethoven su abogado se viera forzado a realizar para cumplir el mandato testamentario del compositor. La historia aunque algo rebuscada y tortuosa se sigue con curiosidad.

Y cierra esta serie de personajes relacionados con la música clásica la versión que de Mozart nos da Milos Forman, en su Amadeus de 1984, considerada entonces uno de los mejores estrenos de la década y profusamente premiada. En ella se enfoca a nuestro genio desde la óptica de su pretendido rival, Salieri, enfermo de celos ante el talento abrumador de un jovencísimo Mozart. La película, aun contando con unos niveles excelentes en la dirección artística, la fotografía, el montaje y la banda sonora y aunque plagada de momentos memorables de buen cine, se quiebra en la visión extremadamente caricaturesca y excesivamente histriónica que nos ofrece de Mozart, presentándole como una especie de cretino infantiloide para subrayar la mirada envidiosa del compositor rival. Es éste un aspecto que resulta cargante y por momentos al espectador se le hace insufrible, rebajando el resultado final, aunque sorprendentemente no le pasara factura en el momento de su estreno.


Cambiando de ámbitos musicales también el riquísimo mundo del jazz nos ofrece títulos dignos de ser recordados. He aquí algunos: The Glenn Miller Story (Música y lágrimas, 1954) donde Anthony Mann nos hace gozar con temas inolvidables interpretados por grandes estrellas como Gene Krupa o Louis Armstrong, mientras nos da una dulcificada versión de la vida de este gran compositor de la era del swing que fue Glenn Miller. Ray (2005), sobre la figura de Ray Charles, con la que su director, Taylor Hackford,obtuvo, contra todo pronóstico, un resultado brillante. Y sobre todo, Bird, que Clint Eastwood dirige en 1988 sobre la carrera del genial saxofonista y compositor, Charlie Parker, amigo y compañero de Dizzie Gillespie y una de las figuras más grandes del género, a pesar de que sólo contaba 34 años cuando le llegó la muerte.

El mismo año en que se estrena Bird, Chet Baker, trompetista genial y cantante de voz dulce y estilo intimista se tiraba por la ventana de un hotel de Amsterdam. Un año después, en 1989, estrena Bruce Weber su documental sobre este intérprete convertido ya en leyenda, Let's get lost, con el que obtendría el Premio de la Crítica del Festival de Venecia. El excelente documental recoge materiales de la última gira del intérprete así como entrevistas al propio Baker y sus allegados, reflejando brillantemente lo que resultarían sus últimos días de vida.

Si la mirada se dirige a la música popular ahí está La mome, (La vida en rosa, 2007), de Oliver Dahan, que constituye a día de hoy la última de las numerosas biografías en cine de Edith Piaff; una película configurada como retrato impresionista de esta mujer de vida trágica y procedencia humilde que llegó a ser mundialmente famosa y a convertirse en un verdadero icono de la música  francesa.

Y por último dos producciones más recientes que giran en torno al mundo de los Beatles, Nowhere boy, dirigida en 2009 por Sam Taylor-Wood sobre la adolescencia y primeros pasos musicales de John Lenon y el documental de Scorsese, George Harrison: Living in the material world, estrenada en España en diciembre de 2011.

Un buen número de títulos evocando figuras de compositores e intérpretes que nos enriquecen y conmueven, geniales todos ellos, cualquiera que sean sus universos musicales... Sirvan las películas mencionadas sobre sus vidas como nuevos botones de muestra de lo que para el cine comporta el género biográfico.

jueves, 2 de agosto de 2012

Una Venecia de cine

En su próximo aniversario el festival de Venecia cumplirá sus setenta otoños, así que asociar esta ciudad al cine no es algo gratuito, que Venecia ha sido y es pionera como escaparate privilegiado del cine internacional.

Pero además. se constituye con frecuencia en escenario para infinidad de películas de todo género y estilos. La vemos como telón de fondo de diferentes musicales, desde aquel inolvidable Top Hat, (Sombrero de copa, Mark Sandrich, 1935), con Ginger y Fred danzando en una delirante Venecia de cartón piedra muy modern art, hasta Everyone Says I Love You, (Todos dicen I love you), que Woody Allen realizara en 1996, salpicando además la anécdota por Nueva York y Paris. La vemos también en comedias, como The Honey Pot, (Mujeres en Venecia), adaptación de una obra teatral de Frederic Kmott llevada a la pantalla por Mankiewicz en 1967. En dramones lacrimógenos, como aquel en su día tan exitoso Anónimo veneciano que Enrico Maria Salerno rodara en 1970. Por supuesto en tragedias, como la espléndida Senso, (comentada en Amores de perdición), donde Visconti nos recrea una bellísima Venecia decimonónica. Y sin duda en series de Televisión; ahí está ese Comisario Bruneti de las novelas de Donna Leon, a quien vemos desplazarse por la ciudad en nuestros días, caminar por sus campi y sus calli y navegar por sus canales mientras sigue las pistas que resuelvan sus casos.

En fin, infinidad de títulos, imposible citarlos todos; historietas amables y algo anodinas como Venecia, la luna y tú, que Dino Risi realizara en 1959, o creaciones más consistentes como el Casanova, (1976), de Fellini o el formidable Don Giovanni de Mozart, cuyas aventuras ambienta Losey en 1979 en alguna de las villas palladianas asomadas al canal del Brenta que discurre entre Padua y Venecia... De todo hay en los relatos que han buscado la belleza veneciana para servir de marco a sus argumentos, porque Venecia obviamente es muy fotogénica.

Por eso tal vez resulte interesante recordar un par de excelentes películas donde la ciudad no sólo sirve de escenario, sino que adquiere un gran protagonismo en las historias que respectivamente nos cuentan: Summertime (Locuras de Verano, David Lean, 1954)  y Morte a Venezia (Muerte en Venecia, Luchino Visconti, 1971)

La primera es una comedia romántica de sabor agridulce, que David Lean desarrolla con sensibilidad, gracia y penetración psicológica. Se trata del relato de unas vacaciones, las de una solterona norteamericana ilusionada con su viaje a Venecia, en el que ha invertido todos sus ahorros, deseosa de conocer la ciudad y vivirla intensamente.

https://www.youtube.com/watch?v=VKfLomA_DqM

Su heroína, una puritana secretaria de Ohio, genialmente encarnada por Catherine Hepburn, se nos presenta llena de expectativas, pero tímida, comedida y discreta. Tras el entusiasmo de la llegada la veremos recorrer Venecia, ávida de llenarse con todo lo que la belleza del lugar promete, de empaparse de la atmósfera sensual y distendida de la ciudad, de sus colores, sus olores, el sonido de sus campanas, el bullicio de sus gentes, la humedad de sus canales, el vuelo de sus palomas, los arrullos de las parejas que encuentra a su alrededor... quiere atraparlo todo con su cámara, guardar las imágenes que fluyen ante sus ojos deslumbrados.

Y en medio de tanta euforia la conciencia de ser sólo espectadora irrumpe de golpe, llenándola de tristeza. Ella está allí, entre todo eso, viendo cómo el amor brota por todas partes mientras se sabe excluida, y su deseo más escondido, la búsqueda de ese mismo amor tan ansiado, se le hace urgente y omnipresente, pero irrealizable, y, por lo mismo, frustrante.

La acompañamos en sus paseos solitarios por una Venecia brillantemente fotografiada por Jack Hildyard; nos reímos con los juicios llenos de tópicos de otros turistas americanos que allí encuentra y que David Lean nos señala con mordacidad; somos testigos de sus difusos anhelos de plenitud, sus limitaciones y sus prejuicios; asistimos a sus dificultades de relación y a sus esfuerzos por disimular el vacío que siente... hasta que surge al fin la aventura amorosa y la vemos florecer, abandonar sus atuendos pacatos y embellecerse con otros que realzan su atractivo, mientras su mirada se llena de brillo y su alma de esperanza. Claro que todo no se resuelve en un sueño rosa; la realidad se impone con sus claroscuros y asoman espinas, vacilaciones y escollos insalvables.

Este excelente director inglés a quien debemos la película, David Lean, más conocido por sus grandes superproducciones como El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia Doctor Zivago tenía sin embargo un habilidad especial para retratar los amores imposibles, esos que aparecen de improviso como un ciclón trastocándolo todo y haciendo tras su partida que nada vuelva a ser lo mismo que antes. Lo había demostrado ya en otra de sus películas intimistas, su estupenda Breve Encuentro (Brief Encounter) una intensa y fugaz historia de amor que rodara en 1945 con inteligencia y sobriedad. Y, como entonces, en este caso acomete también la narración sin sensiblería, con una delicadeza y un humor no exento de pinceladas amargas, consiguiendo realizar una obra contenida y elegante cuyo visionado sigue siendo un placer.

Muerte en Venecia, dirigida por Luchino Visconti en 1971, y protagonizada por Dick Bogarde, es una adaptación de la novela corta de Thomas Mann La muerte en Venecia, publicada en 1912, conteniendo, según afirmaciones del propio escritor, algunos aspectos autobiográficos. La acción transcurre en los albores del siglo XX en una Venecia adonde ha acudido a refugiarse temporalmente el protagonista, Aschenbach, un compositor de ficción, que también recuerda la figura de Mahler, tratando de escapar del dolor que siente por la reciente muerte de una de sus hijas, de los desencuentros con su esposa, del fracaso de su última obra, de la severidad de su medio... en fin, de su vida toda.

https://www.youtube.com/watch?v=dsQ4PghxNms

Solitario y enfermo, pasa sus días en un lujoso balneario del Lido, enfrascado en profundas reflexiones sobre la muerte y la vida, la vejez y la juventud, la fealdad y la belleza, encarnada ésta en la figura de Tadzio, un adolescente que le fascina y le va obsesionando por momentos, generando sentimientos perturbadores para su moral declaradamente rígida y convencional. Su tiempo transcurre silencioso, entre la inalcanzable belleza de ese adolescente con el que no cambia una palabra, tan solo miradas, y la constatación de su propia decadencia física, acentuada por el hecho de saberse enfermo.

La hermosura de Venecia se nos muestra en paralelo a la del muchacho. Y cuando se perciba la decadencia de la ciudad, invadida por una epidemia de cólera, la fealdad ambiente será interpretada por el protagonista como reflejo de su propia decadencia. Y al igual que la Venecia "oficial" niega la peste para no perder su atractivo turístico él tratará de esconder su ruina corporal con afeites, que sólo consiguen acentuar su declive.

Bajo un calor pegajoso y asfixiante, vemos a nuestro compositor avanzar por calles y plazas siguiendo los pasos de Tadzio. A través de sus ojos descubrimos el abandono y la suciedad en que el cólera ha sumido a esta ciudad desbordada por la desgracia. Algunos cadáveres yacen en la calles y grupos enloquecidos bailan a la desesperada una especie de danza macabra. En medio de tanto horror uno de los danzantes le asusta con su mueca feroz, enfrentándole a su propia imagen, donde las pinturas con que ha querido enmascarar su aspecto demacrado se han corrido, convirtiendo su rostro en el de un espantajo semejante a la abominable aparición.

Tras esta vivencia de pesadilla, su reflexión sobre la belleza y su deseo imposible de alcanzarla va tomando tintes ya no sólo filosóficos, también morales, y nuestro compositor se va juzgando cada vez con más dureza mientras avanza en paralelo su declinar físico. En un momento dado, en la bellísima playa del Lido, le vemos sufrir un ataque al corazón y, mientras se acerca la muerte, observa cómo el sol ilumina la hermosura adolescente de Tadzio alejándose hacia el mar.

La belleza del balneario, de sus gentes adineradas, bien vestidas y de refinados ademanes, su vivir cotidiano en ese entorno lujosamente impecable... todo parece asegurar un mundo a salvo de destrucción. Pero la destrucción ha comenzado ya. La propia hermosura de Venecia se ha rendido al cólera. Es un mundo que se precipita irremediablemente a su final.

Visconti está de nuevo contándonos sus obsesiones: la decadencia de un mundo hermoso, lo inevitable de su pérdida, sus pulsiones eróticas, su conocimiento del medio aristocrático, su amor por la belleza, por la música que es parte de esa belleza... ¡la música! .Fundamental en casi todas sus películas en ésta es crucial, revistiendo un protagonismo tan absoluto que parece obligado remarcarlo; de hecho, si el personaje del compositor está vagamente basado en la figura de Mahler, el adagietto de su quinta sinfonía resulta inseparable de esta historia que Visconti nos cuenta, formando con la imagen un todo de gran presencia dramática