Cary Grant
(1904-1986). Empezó en el cine de chico guapo, como boy de la entonces superfamosa Mae
West en aquellas películas de los primeros treinta en que ésta escandalizaba al
público más gazmoño y divertía a todos con sus ocurrencias picaronas.
No
había que ser un gran actor para ello, bastaba con dar el tipo de galán. Y su
buena planta se lo ponía fácil, de manera que salió airoso en un par de
películas junto a semejante diva que por aquellos días arrasaba. Después lograría mantenerse
en su papel de tipo seductor aun no siéndolo demasiado. Desde luego no podía
competir en atractivo físico con otros famosos de su tiempo como Gary Cooper. Y
menos todavía con algunos llegados inmediatamente después como Gregory Peck, por
no hablar de Paul Newman, otro actor que también sabría envejecer y que despuntaba en la
pantalla como guapo incontestable mientras Cary Grant defendía airoso su
condición de galán maduro en su declinar. Pero aun así él se mantendría con
fortuna en ese cliché hasta en sus últimas películas. Claro que era mucho más que
lo que se desprende de esa imagen; era un gran actor, versátil y con infinidad
de registros, sobre todo para la comedia, capaz de hacernos reír aparentemente
sin esfuerzo. Su pasado circense le había dejado una batería de recursos que él
sabía utilizar con acierto cuando hacía falta, pero sus múltiples aptitudes le
facultaban también para el drama, el suspense, el espionaje o cualquier género
de papeles, que en todos estaba espléndido.
Con Mae West en I´m No Angel (1933) |
En
contraste con su aspecto elegante, procedía de un entorno social poco propicio
para dar esa imagen; nacido en Inglaterra, en el seno de una familia extremadamente
humilde, en Hollywood resultaría sorprendentemente un dandy, de modales exquisitos
y dicción singular y refinada. Había empezado todavía niño en el circo, para ir
experimentando gradualmente todos los ámbitos del mundo del espectáculo. En
1920 cruzaría el Atlántico para hacerse un hueco en el vodevil del Broadway neoyorquino
de aquellos años llamados locos, saltando al cine a continuación, en los albores
de los treinta.
Con Katharine Hepburn en La fiera de mi niña (1938) |
Allí,
en Hollywood, el éxito le sonríe muy pronto y enseguida le rescata de su rol de
figurón vacío frente a la descarada vampiresa que Mae West bordaba con su humor
cáustico y atrevido, para convertirle en el tipo divertido de tantas comedias de
enredo del fin de esa década, como las que hizo con otra esplendida payasa, Catherine
Hepburn, con quien protagoniza La fiera
de mi niña (Bringing up your baby) e Historias de Filadelfia (the Philadelphia
Story). O también otras hilarantes películas de los primeros cuarenta como Arsénico por compasión (Arsenic and Old
Lace), muy exitosas en su momento y años después, cuando, desempolvadas y
rescatadas del olvido, volvieron a hacer reír al público con su humor
disparatado y estrafalario.
Con Randolph Scott |
Con Ingrid Bergman en Encadenados (Notorious, Hitckcock, 1946) |
Con Audrey Hepbourn en Charada (Stanley Donen, 1963) |
Y
así se mantuvo, más de treinta años haciendo de chico guapo que es algo más que
un chico guapo y ganando enteros en su papel de seductor conforme pasaban los
años, cosa tan admirada que hasta a él mismo se le oyó decir: “¡Y yo!”, “¡Yo también querría ser como Cary
Grant!”, respuesta genial a las muchas veces que sin duda se lo habrían confesado tantos hombres con entregada admiración e indisimulada envidia.
Philip Seymour
Hoffman (1967-2014) pertenece por el contrario a una
generación en que la belleza física ha dejado de ser tan importante en el cine y en que
las historias se han vuelto mucho más amargas. No sé si puede verse como una
contrafigura del anterior, pero sí que hace un cine que corresponde a una época
menos dispuesta a soñar, donde los personajes nos cuentan otro tipo de asuntos,
mas desengañados y turbios tal vez. Y lo hacen desde presupuestos quizá más
duros. Y en esas historias poco proclives al optimismo, los tipos que él recrea
los carga de hondura y verdad. En eso seguramente reside su talento.
Aunque
ya había participado en papeles secundarios en otras muchas, le vimos por
primera vez en El talento de Mr. Ripley,
(The Talented Mr. Ripley, Anthony
Minghella, 1999) interpretando al gordito patoso, el amigo de Dickie, que se
hará matar por inoportuno e indiscreto. Y su pequeña aparición no nos dejó
fríos. Se notaba ya que estábamos ante un grande del cine. Todo lo que vino
después sería una fiesta, porque verle actuar en la pantalla es siempre
gratificante. Hizo pocos papeles principiales, no le dio tiempo, que la
muerte se lo llevó pronto, pero encontrarlo en cualquier aparición aunque fuera
breve resultaba siempre un regalo de buen cine. Cuanto más en aquellas películas que protagonizó. Inolvidable está en Capote, (Bennet Miller, 2005) recreando
con acierto y sorprendente semejanza la figura y personalidad del famoso
escritor. O en Antes de que el diablo
sepa que has muerto, (Before the
Devil Knows You’re Deads, Sidney Lumet, 2007), dando vida a un tipo
prepotente y degenerado que esconde fragilidad y rencores infantiles, aflorando
inesperados desde lo más recóndito de su ser. También resultaba profunda y compleja su
interpretación en La familia Savages (The Savages, Tamara Jenkins, 2007) del
joven desarraigado a quien la situación obliga a asumir deberes familiares con
los que no contaba. Intrigante y ambiguo se mostró desde luego en La duda, (Doubt, John Patrick Shanley, 2008) encarnando a ese cura sospechoso
de conducta perversa frente a una también espléndida Meryl Streep, en el papel
de severa madre abadesa. Y prepotente en su enérgica creación de líder de la
secta en The Master, (Anderson,
2012), un drama sobre la iglesia de la cienciología donde volvió a
impresionarnos con esa capacidad suya para meterse en la piel de un megalómano. El hombre más buscado (A most wanted Man Official, 2014), donde interpretaba a un agente secreto alemán en una adaptación de la novela homónima de Le Carré, fue la última de sus películas que llegara a estrenarse antes de su desaparición.
Tuvo
ocasión de trabajar con una amplia variedad de cineastas notables, como, además
de los ya citados, los hermanos Coen, Spike Lee, David Mamet o Robert Benton y
de compaginar también su labor cinematográfica con el teatro, su otra gran vocación.
E incluso de participar en la fundación de una compañía de actores, Labirynth, con teatro abierto, el Bank Street Theater,
en el West Village de Nueva York. Su carrera parecía mostrar un futuro en alza,
pero en febrero del 2014 una sobredosis de cocaína y heroína se lo llevó
inesperadamente, interrumpiendo su vida y con ella, claro, su extraordinario y
valioso potencial de actor, privándonos para siempre de tantos personajes que
sin duda hubiera llegado a encarnar, enriqueciéndonos con ellos. Fuimos muchos
los que sentimos su pérdida tan temprana, pero por encima de todo nos
felicitamos por haber disfrutado de su trabajo y celebramos su paso por el
mundo, sembrando de talento y creatividad aquellas historias donde puso su
esfuerzo dotando de vida a unos personajes que no dejarán indiferentes a quienes
tengan la fortuna de verlas.
Sin
duda uno de los grandes talentos del cine de hoy.