En ocasiones, bajo
aparentes libertades democráticas se viven situaciones de auténtica intransigencia para
con aquellos que no responden a lo considerado como correcto. Una de estas situaciones
se sufrió en los Estados Unidos recién acabada la segunda guerra mundial,
cuando, derrotado el nazismo, el comunismo empezó a ser visto como el mayor
enemigo de Occidente.
La marcha a Washington en 1947 |
Bruscamente
la Unión Soviética queda señalada como un peligro letal para la sociedad capitalista
y en Estados Unidos en particular se desata una histérica persecución de todo aquel
sospechoso de veleidades marxistas. El fenómeno ha pasado a la historia como la Caza de Brujas, la impulsó el senador
McCarthy y consistió en la búsqueda y detección de comunistas, señalados como enemigos públicos de la nación.
El
asunto no se limitó al mundo del cine, pero la fama que conlleva ese ambiente
hizo que enseguida trascendiera un episodio delirante que se vivió en Hollywood:
la purga de numerosos profesionales del séptimo arte, caídos en esa campaña
implacable que el paranoico senador alimentara en su afán por desenmascarar y
liquidar el comunismo en su país.
Juzgados
ante el Comité de Actividades Antiamericanas, numerosos directores, guionistas,
intérpretes… fueron condenados y obligados a buscarse la vida
fuera del sistema, marchándose al extranjero o recurriendo a ese exilio
interior de vivir como a escondidas. Pero el daño no fue sólo a los
represaliados, sino a gentes de todo su entorno, que se vieron en la tesitura
de tener que pronunciarse a favor o en contra de los acosados. Algunos, los
menos, protestaron por el atropello que esto suponía para su libertad de
conciencia, liderando una marcha en 1947 a Washington, pero, fuertemente
desacreditados enseguida, la iniciativa de protesta fue languideciendo y
disolviéndose en la nada. Otros, menos valientes o más en la línea del
pensamiento maccarthista, optaron por colaborar con el poder, confesándose
culpables o, con más frecuencia, denunciando a compañeros, amigos y conocidos,
que inmediatamente se incluían en listas negras y eran represaliados.
Estas
listas negras envenenaron el mundillo del cine estadounidense. Crisis
nerviosas, ataques de ansiedad, e incluso suicidios se llegaron a atribuir a la
presión que el poder político ejerció sobre estos centenares de ciudadanos,
pero la persecución afectó a muchos más si pensamos en el daño moral causado sobre
unas personas abocadas a jugarse su seguridad o envilecerse con la delación.
Como
ya avanzamos, no es que en el mundo del cine la presión fuera mayor que en el
resto de la sociedad, probablemente fuera incluso menor, pero resultó el
ejemplo más visible de lo que ese clima exacerbado de confrontación, que supuso el
inicio de la guerra fría, afectara a ciudadanos que ningún peligro suponían
para el sistema. Ciudadanos a los que el poder mal ejercido obligó a
enfrentarse con sus propios valores morales y, seguramente en bastantes
ocasiones, a traicionarse para resguardar su seguridad personal.
Películas
como La
tapadera (The front,
Martin Ritt, 1976) o Buenas noches y
Buena suerte, (Good night and good luck, George Clooney, 2005) han
aludido a este oscuro episodio de agobiante clima policial. Otras, como Trumbo (Jay Roach, 2015), nos han
contado con detenimiento lo ocurrido con algún afectado en concreto; ésta en
particular nos narra un típico caso de exilio interior, el del guionista Dalton
Trumbo, obligado a escribir bajo seudónimos y, lo que es peor, ocultarse tras
hombres pantalla que firmaran sus trabajos.
Dalton Trumbo |
Dalton
Trumbo (1905-1976), novelista y guionista, uno de los más cotizados en el
Hollywood de los años cuarenta, fue víctima de la caza de brujas comenzando la
década siguiente. Tras casi un año en prisión se vio rechazado en su ámbito
social y profesional hasta el punto de tener que ocultar su identidad para
vender sus trabajos durante toda una
década. Suyos son los guiones de Vacaciones
en Roma (Roman Hollyday, Willliam
Willer, 1953) y El Bravo (The Brave One, Irving
Rapper, 1955), ambos distinguidos con sendos Oscars, galardones que no pudo
recoger personalmente toda vez que no podía hacerse pública su autoría. Diez
años pasó en esta especie de clandestinidad hasta que en 1960 Kirk Douglas y
Oto Preminger arrostraran el valor de hacer constar la autoría de Trumbo como
guionista de sus recientes y exitosas películas, Espartaco y Éxodo,
respectivamente.
También
suyos fueron entre otros los guiones de El
demonio de las armas (Gun Crazy,
J. H. Lewis, 1950), The Sandpiper (Castillos en la arena, Vincente Minelli,
1965), El hombre de Kiev, (The Fixer, John Frankenheimer,1968), Johnny cogió su fusil (Johnny got his gun, Dalton Trumbo, 1971)…
y tantos más.
En
cuanto al exilio exterior, el caso de Joseph Losey puede ser también un ejemplo
apropiado.
Joseph
Losey (1909-1984) comenzó en los años treinta, abandonada su iniciada carrera
de medicina, a dedicarse al periodismo, la radio y el teatro. En 1935 había
realizado un viaje de estudios a la URSS y además era amigo del dramaturgo
alemán Bertold Brecht, a quien consideraba su maestro; con él y con Charles
Laughton había realizado la versión inglesa de su Vida de Galileo (Leben des
Galilei) que Brecht escribiera en 1939, para su adaptación a las tablas.
Todos estos asuntos de sus años jóvenes le hacían sospechoso de comunismo. En
1947, además, ayudó a Brecht en su defensa frente al Comité de Actividades
Antiamericanas, así que pocos años después sería el propio Losey el convocado
por este mismo organismo acusado de relacionarse con presuntos enemigos del
sistema. Losey se declaró comunista y ahí terminó para él la posibilidad de
seguir trabajando en los Estados Unidos.
Joseph Losey |
En
1952 se trasladó a Gran Bretaña y allí continuó su brillantísima carrera. Y
allí también, y en fructífera colaboración con Harold Pinter, realizaría su
espléndida trilogía El sirviente, (The
Servant. 1963), Accidente (Accident, 1967), y El mensajero (The go-between.
1971). Y en Gran Bretaña continuaría asimismo desarrollando su muy interesante obra (El asesinato de Trotsky, 1972;
Galileo,1975; Una inglesa romántica, 1975, Don Giovanni, 1979 u tantas otras). A principios de
los años ochenta, al final casi de su vida, estuvo a punto de volver a su país
natal pero el proyecto profesional que allí le iba a llevar acabó frustrándose.
No obstante, ya desde los primeros años sesenta y a lo largo de las siguientes
décadas, Joseph Losey alcanzaría el reconocimiento internacional con numerosos
premios y distinciones honoríficas que sin duda dulcificarían su condición de
exiliado.
Ambos
casos, el de Dalton Trumbo y el de Joseph Losey tuvieron final feliz, en la
medida en que el abusivo poder policial que les agredió, aunque les
condicionara profundamente su vida, no logró acabar con ellos. Claro está que
hubo muchos más y que algunos salieron bastante peor parados.
En
cualquier caso, sucesos como estos, ejemplos de indefensión del ciudadano
frente al poder despótico, nos enfrentan al hecho de que quizá las sociedades
democráticas no son tan firmes como presuponíamos en la defensa de los valores
de libertad e igualdad, sino que a menudo toleran e incluso aceptan y secundan
por pura debilidad política atropellos cometidos en función de prejuicios
asumidos como valores. Conviene tomar conciencia de ello para que los
diferentes sectarismos que con frecuencia se despiertan y campean sobre nuestras
conciencias no nos cojan tan desprevenidos ni tan vulnerables como solemos
estar ante sus desaguisados.