Desde sus primeros pasos y hasta
el cambio de milenio e incluso hasta hoy, el cine español ha dejado claro su afición
al musical. Musicales han sido una gran parte de las producciones de los
primeros años y de hecho nuestra cinematografía se estrena con ellas, como lo
prueban “Los guapos” (Segundo Chomon, 1910) o “La verbena de la Paloma” (José
Buchs, 1921), versiones mudas de zarzuelas aunque pueda sorprendernos hoy.
Imperio Argentina en los años 30 |
De
lo realizado en la República una gran parte son también musicales, igualmente adaptaciones
de zarzuelas, como La verbena de la Paloma,
(Benito Perojo, 1934) o películas basadas en la copla para el lucimiento de la
gran estrella del momento, la extraordinaria Imperio Argentina (Morena Clara, La hermana San Sulpicio, Nobleza
Baturra, Carmen la de Triana, realizadas por uno de los más importantes
cineastas españoles, su marido Florián Rey).
Sara Montiel en Carmen la de Ronda, 1959 |
En
el primer franquismo seguirán imperando en los musicales estos dos subgéneros,
zarzuela y copla española, ramificada esta última en otros dos derivados:
cantantes masculinos (Antonio Molina, Luis Mariano, Manolo Escobar) y
folklóricas: Juanita Reina, Lola Flores, Carmen Sevilla, Paquita Rico, Marujita
Díaz, Marifé de Triana). En la segunda mitad de los cincuenta se incorpora el
cuplé de la mano de Sara Montiel que casi constituye ella misma otro subgénero con
un rosario de exitosos filmes a su mayor gloria (El último cuplé, La violetera, Carmen la de Ronda, Mi último tango, La
bella Lola, La reina del chantecler, La dama de Beirut y tantas otras).
Y
también desde los cincuenta aparece otra rama destinada a durar más de una
década, la del niño prodigio: Joselito, Marisol, Pili y Mili, Rocío Dúrcal, Ana
Belén; un filón dirigido al público infantil que comenzó en la copla para
acabar en la canción pop, según variaban los gustos musicales del momento.
Conforme avanza el siglo el género musical va declinando y en los años setenta registra sus momentos más bajos, pero alcanzará todavía una hermosa etapa de floración en sus dos últimas décadas, en gran parte gracias a la soberbia aportación de Carlos Saura al flamenco con casi media docena de títulos asombrosos, pero también a la aparición de unas cuantas películas en homenaje a la copla de Jaime Chávarri, Las cosas del querer,I, 1989 y II, 1995, con Ángela Molina y Manuel Bandera; de Luis Sanz, Yo soy ésa, (1990), con Isabel Pantoja y José Coronado; o de Josefina Molina, La Lola se va a los puertos,(1993), remake trasnochado de la que Juan de Orduña realizara en 1947 para Juanita Reina, pero que aporta el privilegio de Rocío Jurado bordando coplas. Y por ultimo dos interesantes películas dedicadas al tango, Sus ojos se cerraron (Javier Chávarri, 1997) y Tango, (Carlos Saura, 1998).
Conforme avanza el siglo el género musical va declinando y en los años setenta registra sus momentos más bajos, pero alcanzará todavía una hermosa etapa de floración en sus dos últimas décadas, en gran parte gracias a la soberbia aportación de Carlos Saura al flamenco con casi media docena de títulos asombrosos, pero también a la aparición de unas cuantas películas en homenaje a la copla de Jaime Chávarri, Las cosas del querer,I, 1989 y II, 1995, con Ángela Molina y Manuel Bandera; de Luis Sanz, Yo soy ésa, (1990), con Isabel Pantoja y José Coronado; o de Josefina Molina, La Lola se va a los puertos,(1993), remake trasnochado de la que Juan de Orduña realizara en 1947 para Juanita Reina, pero que aporta el privilegio de Rocío Jurado bordando coplas. Y por ultimo dos interesantes películas dedicadas al tango, Sus ojos se cerraron (Javier Chávarri, 1997) y Tango, (Carlos Saura, 1998).
Resumiendo:
alimentado por los gustos musicales españoles de la época el género caló en
nuestro cine y produjo un sinfín de títulos; algo sin parangón en otras
cinematografías europeas. Pero además se desarrolló respondiendo a las
inclinaciones locales, sin influencias importantes del musical de Hollywood, y
ramificándose en diferentes subgéneros, específicamente propios, derivados de
la copla y la zarzuela, con un decisivo predominio final de la canción, donde
aparece además una modalidad más que hizo furor: los niños cantores, del que,
como botón de muestra, baste citar Tómbola, (Luis Lucia, 1962) al servicio de Marisol.
El recurso a la zarzuela se va abandonando y en la segunda mitad del siglo solamente registramos dos títulos, flores de un día, en el panorama del cine español: La verbena de la Paloma (1963) de Sáez de Heredia, con Concha Velasco y Vicente Parra, y La corte del faraón (1985) de José Luis García Sánchez, con Ana Belén y Antonio Banderas. Bien es verdad que entre medias se desarrolla un proyecto de divulgación de la zarzuela en televisión, con resultados bastante descorazonadores, por otra parte. Son años también de crecimiento económico y ya no vale el recurso fácil de repetir esquemas; hay que reinventarse con talento, y es más fácil copiar lo de fuera que tiene el prestigio de la modernidad, mientras lo de siempre se va asociando a subdesarrollo y la mirada de nuevo rico que inopinadamente se nos va poniendo lo desvaloriza aún más. En momentos de decadencia se recurre pues en el cine a la música pop, protagonizada en España por Rafael, Los Bravos, Julio Iglesias, aunque esto ya en línea con esa misma corriente que soplaba en el resto de Europa: Celentano, Mina y Rita Pavone en Italia; François Hardy y Silvie Vartan en Francia, o los Beatles en Gran Bretaña fueron representantes de su cine musical.
Carmen Amaya |
Volviendo
a los primeros años, no era fácil entonces deslindar copla y flamenco, con
frecuencia marchaban juntos como sucede en María
de la O, (Francisco Elías, 1936), protagonizada por una jovencísima Carmen
Amaya que nos emociona con la fuerza de su baile, y donde nos regalan también
la aparición de una madura Pastora Imperio, todo un mito en esos mundos del
flamenco. Pero enseguida copla y flamenco se resuelven como géneros
independientes y será en el subsector del flamenco donde se alcancen los
mejores resultados.
Estos son algunos de ellos; en principio y sin duda alguna, Duende y misterio del flamenco, (1953), donde Edgar Neville se adelanta en varias décadas a Saura para darnos una visión panorámica excelente de los distintos palos de este género: martinetes, soleares, tarantas, seguiriyas, tonás, bulerías, tangos, alegrías y fandangos, que se suceden ante nuestro ojos sobre un soberbio fondo de exteriores monumentales: Ronda, Granada, Madrid, Toledo, Málaga, dejándonos un excelente mosaico del cante y el baile flamenco.
Duende y misterio del flamenco, 1963 |
Un
film interesante y sin duda insólito para su época fué Diferente, (1961) donde con un montaje original, movimientos de
cámara novedosos y una marcada estética retro, Luis María Delgado nos ofrece un
musical dramático, de discurso homosexual, que le convierte hoy en película de
culto para el mundo gay. Lo interpretó el bailarín argentino Alfredo Alaria,
autor también de la coreografía, vestuario e incluso en gran parte de la
dirección.
Los Tarantos, (1963) de Rovira Beleta, en su día nominada al
Oscar, es una trasposición del mito de Romeo y Julieta al barrio de Somorrostro
en la periferia chabolista de la Barcelona de entonces, con la genial Carmen
Amaya, que allí había nacido, en su última aparición en pantalla, y un espléndido Antonio
Gades en sus comienzos en cine. Concebida como una mezcla de neorrealismo
italiano y formas del documental, (estamos en la época del cine verité), constituye sobre todo un magnífico musical.
Rovira
Beleta poco después vuelve al baile flamenco con El amor brujo, (1967), segunda versión cinematográfica de la obra
de Falla. La primera la había realizado Antonio Román en 1949 con Ana
Esmeralda, Antonio Vargas y Miguel Albaicín como intérpretes situando la acción
en las zambras del Sacromonte granadino. La versión de Rovira Beleta, que reambientó
la historia en los días de su realización y la trasplantó a un entorno más
realista, aunque contó con excelentes profesionales también, Antonio Gades, la
Polaca y Rafael de Córdova, y con buenas críticas, no alcanzó demasiado éxito
de público.
Bodas de sangre, (1981) |
Sobre
el tema volvería Saura, aunque después de otros dos estupendos musicales
flamencos, también con el genial Gades y su compañía artística: Bodas de sangre, (1981) y Carmen (1983).
Pensamos entonces que con El amor Brujo (1986), Saura, exitoso en tantos géneros, cerraba su incursión en el musical; lo tomamos así por el broche de oro para una inspirada trilogía. Pronto descubriríamos, fascinados, que la afición de Saura por este género no había hecho más que empezar. Su versión de El amor brujo no defraudó. El buen hacer de todo el cuerpo de baile y la intensa compenetración entre Antonio Gades y Cristina Hoyos cargan de embrujo una obra que ya de por sí Falla había dotado de pura magia. La belleza de la danza y de la música, la plasticidad de la imagen, la calidad de la fotografía, la maravillosa voz de Rocío Jurado, todo se conjuga en este trabajo logrando un resultado hechizante.
Pensamos entonces que con El amor Brujo (1986), Saura, exitoso en tantos géneros, cerraba su incursión en el musical; lo tomamos así por el broche de oro para una inspirada trilogía. Pronto descubriríamos, fascinados, que la afición de Saura por este género no había hecho más que empezar. Su versión de El amor brujo no defraudó. El buen hacer de todo el cuerpo de baile y la intensa compenetración entre Antonio Gades y Cristina Hoyos cargan de embrujo una obra que ya de por sí Falla había dotado de pura magia. La belleza de la danza y de la música, la plasticidad de la imagen, la calidad de la fotografía, la maravillosa voz de Rocío Jurado, todo se conjuga en este trabajo logrando un resultado hechizante.
Lola Flores en un ensayo |
También
de Los Tarantos hay nueva versión, la
que Escrivá realizara en 1989, esta vez bajo
el título de Montoyas y Tarantos,
con la participación de Cristina Hoyos, Sancho Gracia y José Sancho.
Pero
quizá lo máximo de todo este rosario
de baile español se logre en la década siguiente con Sevillanas
(1992) y Flamenco (1995), realizadas ambas por un Carlos Saura cuajado
ya en estas lides, donde documental y musical se fusionan para mostrarnos un
abanico que abarca lo mejor del género, interpretado por los más grandes en
todo: en cante, en baile, en guitarra, con una puesta en escena cuidadísima y
una fotografía de Alcaine para Sevillanas
y de Storaro para Flamenco
inmejorables.
Con
el cambio de siglo llegarán nuevos musicales, con aires tal vez más
cosmopolitas. Martínez Lázaro nos sorprende con una alegre comedia, Del otro lado de la cama (2002),
salpicada de canciones, donde los personajes bailan, cantan y nos divierten al
ritmo de preciosas melodías del momento; un intento no del todo logrado pero
sin duda apreciable de trasplantar el modo de hacer del musical americano a
nuestro cancionero y con nuestros intérpretes. Carlos Saura alternará la danza
española para atender también a otras músicas en Io don Giovanni, (2009), drama musical sobre la vida de Lorenzo Da
Ponte, letrista de Mozart. Pero antes vuelve por sus fueros con Salomé, (2002) donde va a recrear ese
mito bíblico en una versión de flamenco clásico protagonizada por Aida Gómez; con
Iberia, (2005), adaptación de la
Suite del mismo nombre de Isaac Albéniz, apoyándose en el arte de destacadas
figuras como Sara Baras, Manolo Sanlúcar o Estrella Morente; y con Flamenco, Flamenco (2010), continuación
de aquella inolvidable realización de 1995. Fados
(2007), un paseo sugestivo por ese bellísimo género portugués, y Jota, de Saura (2016), un ritmo tan suyo
que lo suscribe hasta en el título, son hasta hoy sus restantes incursiones en
el musical.
Y parece que anda ya pensando en el próximo: algo sobre rancheras y corridos mexicanos, sobre boleros y más allá.
Y parece que anda ya pensando en el próximo: algo sobre rancheras y corridos mexicanos, sobre boleros y más allá.
Por
su parte, Jaime Chávarri, que también nos había dado ya interesantes musicales,
en 2005 nos sorprende con una nueva realización, Camarón, un recorrido por la vida y la obra de una mítica figura
del flamenco. Y recientemente, en el pasado mes de Junio, se ha estrenado en
Madrid otra producción, en clave documental, sobre este genial cantaor, Camaron: Flamenco y revolución, de Alexis
Morante, así que, haciendo balance y para alegría de todos, o al menos de los
amantes del género, parece que el musical español sigue gozando de buena salud.
Que no decaiga.
Que no decaiga.